Es una loable tradición en la Iglesia católica dedicar el mes de octubre a las misiones y al rezo del Santo Rosario. Pero así como la labor misionera no es sólo para un mes, sino para toda la vida, también el Rosario se debe rezar no solamente en este mes sino todos los días del año.
No han faltado voces discordantes, que debido más bien a la ignorancia, han minusvalorado y hasta despreciado el Santo Rosario. Por eso, en esta corta reflexión me permito recordar que durante varios siglos la suprema autoridad de la Iglesia ha impulsado y recomendado el rezo diario del Santo Rosario. El último documento sobre este tema nos lo dio el siempre recordado Papa, el siervo de Dios Juan Pablo II, en octubre del año 2002, con la Carta Apostólica "El Rosario de la Virgen María".
Este modo de orar compuesto y vivido por grandes santos y santas, entre los cuales sobresale Santo Domingo de Guzmán, ha sido en realidad impulsado por el Espíritu Santo. Es una manera de orar, alabando y dando gracias a Dios por todos sus beneficios. Es una súplica humilde y confiada al Padre bueno que nos ama. Es un modo de estar en contacto con la Palabra de Dios y se distingue por su carácter mariano.
Meditar en los principales acontecimientos salvíficos de la vida de Cristo nos permite penetrar en el corazón del Evangelio y es por ello que el Santo Rosario es ante todo una oración bíblica, cristológica y mariana.
El Santo Rosario "en su sencillez y profundidad sigue siendo también en este tercer milenio, apenas iniciado, una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que después de dos mil años no ha perdido nada de la novedad de los orígenes y se siente empujado por el Espíritu de Dios a "remar mar adentro para anunciar, más aún, proclamar a Cristo al mundo como Señor y Salvador.