Ni en la Navidad hubo un alto a la violencia. Eso refleja un grave problema en la sociedad panameña, donde impera la intolerancia y la delincuencia.
La vida para algunos no vale nada. Un maleante asesina sin compasión a un semejante para robarle unos cuantos reales.
Existe el caso extremo de otro hombre que en medio de una riña fue perseguido por un grupo de mozalbetes y lo mataron a pedradas.
Ya la cantidad de víctimas de la violencia llega a los 740, una cifra sin precedentes para un país tan pequeño como Panamá. La nación registra una alta tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes.
El problema básico radica en la familia. Es cierto, la Fuerza Pública no puede poner a un uniformado en cada esquina del territorio panameño, por lo que los padres y madres deben jugar su papel de fiscalizar a sus hijos y no convertirse en cómplices de la maleantería de éstos.
La principal escuela es el hogar. Si éstos permiten toda clase de libertades a sus hijos y no hay autoridad en la casa, esos niños mañana no respetarán a nada ni a nadie.
Es cierto que se requiere mayor vigilancia por parte de los estamentos de la seguridad pública y que sus componentes cumplan con la labor preventiva y represiva, pero mientras mayor control exista en los hogares panameños, menor número de delitos se registrarán en nuestro país.
La sociedad no puede seguir engañada y pretender que no está pasando nada frente a nuestras propias narices. Padres y madres deben cumplir el rol fiscalizador de sus hijos.