E ra un chiquillo de quince años que vistiendo el uniforme blanco y azul del Instituto Nacional, sentía que el corazón se le quería salir del pecho. Estaba allí detrás de la gruesa pared del Nido de Aguilas defendiendo su "alma mater". Le dijeron que había que impedir que los policías se tomaran el plantel.
Hacía tres días que la muchachada institutora se había apoderado del local, luego de una marcha que fue desbaratada a bombazos, lacrimógenos y perdigones.
La juventud del año cincuenta y ocho había salido a la calle pidiendo "más escuelas y menos cuarteles".
Era un grito que expresaba el deseo de los jóvenes, por evitar que el país siguiera manipulado por los militares de la época.
También significaba el alarido de los pobres por tener mejor educación, pues sabían que así podrían salir de la miseria.
El chiquillo tenía una botella de soda llena de gasolina y aceite, con una mecha de tela. Si venían los "enemigos" había que tirarla prendida.
Su poca edad lo hacía sentirse importante. Sentía que hacía algo por la patria y su futuro. Luego de las diez de la mañana del veintidós de mayo del año 1958, comenzó la matanza.
No entraron de inmediato los "enemigos" al Nido de Aguilas. Unos "francotiradores" ubicados en la azotea y pisos altos del Seguro Social, dispararon a mansalva contra los chiquillos acuartelados.
Nuestro jovencito por curiosidad se asomó a la ventana para ver la acción de la calle. Una poderosa bala le destrozó la cara y cortó su existencia apenas cuando comenzaba a vivir.
¿Cuántos murieron ese día? Unos dijeron que "solamente" ocho. Otros que doce. Hasta se hablo de veinte jóvenes sacrificados en el altar de la patria por querer mejores días para Panamá.
El gobierno de don Ernesto de la Guardia no hizo mayores esfuerzos por investigar. Nunca castigó a los autores materiales e intelectuales de la peor matanza de estudiantes en la vida republicana panameña.
Estoy seguro que con paciencia y negociación se hubiera evitado la tragedia que manchó la administración de don Ernesto de la Guardia.
Hoy, a cuarenta y seis años de la masacre, escribo sobre ella, porque está "prohibido olvidar". Además me quito el sombrero en señal de reconocimiento a esos jóvenes que dieron su vida por un ideal.
Casi nadie se acuerda de su sacrificio. No hay un monumento a su memoria... (Por el destino no estaba en ese momento. Mi turno de guardia era por la noche...)
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