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Pesos que nos se resisten

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Antes de dar por terminado un nuevo puente entre Río de Janeiro y Niteroi, la ciudad vecina, la empresa de construcción decidió probar la resistencia de los cimientos y las vigas maestras. Para esto hizo pasar sobre los pilares varios tubos de 25 metros de largo por 1.80 de diámetro. Cada tubo pesaba dos mil toneladas. Sería la última prueba de resistencia que le harían al puente. Trágicamente los pilares no resistieron el peso y se derrumbaron con estrépito, matando a ocho hombres, entre ellos ingenieros y trabajadores que se encontraban debajo.

Cuando una viga se va recargando con más y más peso, llega un momento en que cede el acero más resistente. Todas las cosas de este mundo tienen un límite de resistencia, pero nadie sabe cuál es. Los constructores de aviones conocen lo que se llama «fatiga del metal». Cuando el metal de los aviones alcanza el punto máximo de resistencia, se rompe en el acto, y es así como ocurren tantas catástrofes aéreas.

Así como hay una fatiga del metal, también hay una fatiga del alma. Porque el alma humana, al igual que el metal, tiene un punto máximo de resistencia. Cuando la carga de los dolores y pesares de la vida sobrepasa los límites, ocurre siempre un desplome, un desmoronamiento, una quiebra que rompe al individuo.

A veces, bajo la carga de los sufrimientos una persona pierde la razón, y hay que internarla en un hospital psiquiátrico. Otras veces contrae úlceras o tumores. Otras veces -y esto es lo más terrible- una persona bajo la carga de sus temores y sufrimientos pierde toda circunspección moral y se entrega a la degeneración y al vicio. Porque el alma humana tiene también un punto máximo de resistencia.

Por eso hay tantas personas que se identifican con el salmista David cuando dice: «Mis maldades me abruman, son una carga demasiado pesada.... mi corazón gime angustiado.» 1 Si nuestra alma está fatigada por el peso del pecado o de la pena o de la desesperanza, y ya no resiste más, Jesucristo nos ofrece el alivio que tanto necesitamos. Él dijo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón.



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