La aparición de Jesús resucitado a Saulo de Tarso, fue revelación del misterio de la Iglesia, llevó a Saulo a su conversión y confirió a éste una misión de importancia excepcional para el futuro de la Iglesia.
Su conversión camino de Damasco fue inmediata y radical, pero debió vivirla en la fe y en la perseverancia durante los largos años de su apostolado; desde aquel momento, su vida tuvo que ser una incesante conversión, una renovación continua: «Nuestro hombre.. interior se renueva de día en día».
Cuando Dios llama, cuando Dios convierte, designa también una misión. La misión asignada a Pablo fue la de ser su «su testigo ante todos los hombres de lo que ha visto y oído» (Hch. 22, 15). Pablo recibió así de Cristo resucitado el mismo mandato que recibieron los apóstoles. «Id por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad» (Mc. 16, 15).
Sin embargo, en la misión específica de Pablo, Cristo revela y hacía realidad, de modo especial, la misión de la Iglesia frente a todas las naciones: la de ser verdaderamente universal, verdaderamente católica, «testigo ante todos los hombres».
La misión de Pablo tuvo consecuencias inestimables para toda la labor de evangelización y para la universalidad de la Iglesia. El Papa Pablo VI, hablando a observadores de otras iglesias y comunidades eclesiales en una jornada de oración por la unidad, a finales del Concilio Vaticano II, dijo que la Iglesia ve en San Pablo «el Apóstol de su ecumenidad» (Pablo VI; Allocutio, 4 de diciembre de 1965. AAS 58, 1966, 6J).