La policía de Miami, Florida, estaba desconcertada. Se había producido, en un tranquilo vecindario, una serie de robos, y no se podía descubrir al ladrón. El valor de las cosas robadas ascendía ya a miles de dólares, y el misterio continuaba. Por fin, tras una severa vigilancia y el rastreo de pistas cada vez más seguras, aprehendieron al astuto ladrón.
Pero no lo llevaron a la cárcel ni lo entregaron al juez para que lo enjuiciara. Lo entregaron más bien a su abuela para que le diera unas cuantas palmadas y lo vigilara mejor, porque se trataba de un niño de siete años. �Quién lo hubiera pensado?
"Es un chico extremadamente listo -comentó el detective Felipe Cowart-. La táctica que empleaba era siempre la misma. Llamaba a las puertas de las casas, y luego corría rápidamente para entrar por una ventana trasera. Así robó radios, relojes, pequeños objetos, monedas y joyas que ascendían a un monto de 400 dólares y más. El dinero que obtenía con la venta de esos objetos lo gastaba en dulces, cine y helados."
Aquí tenemos una prueba más de que las malas inclinaciones están latentes en todo ser humano. He ahí un niño que a los siete años desarrolla una pasmosa habilidad para delinquir. No tenía cómplices; no tenía consejeros o directores; actuaba siempre solo, y jamás dijo a nadie de dónde obtenía dinero. Tenía el cuerpo de un niño de siete años, pero la mente de un delincuente adulto. Cuando se vio descubierto por la policía, rompió a llorar y pidió que lo llevaran a donde su abuela.
Lo cierto es que la naturaleza humana está corrompida de raíz. "Desde el cielo el SEÑOR contempla a los mortales, para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios -dice el salmista David-. Pero todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; �no hay uno solo!" (Salmos 14: 2, 3).
La historia del niño de Miami debe hacernos reflexionar. No todos los niños tienen una propensión tan marcada hacia el delito. Pero aun en el corazón de la personalidad más pacífica y buena palpita el germen del mal. El estigma del pecado original lo llevamos todos.
�Cuál es la solución? Es la sangre de Jesucristo, vertida en el monte Calvario como el precio de nuestra redención. Si creemos en Cristo y le entregamos nuestras necesidades y nuestros problemas, recibiremos de �l una nueva naturaleza, justa y limpia.