Mira al Señor que viene... Iba a llegar el Salvador y nadie advertía nada. El mundo seguía como de costumbre, en la indiferencia más completa. Sólo María sabe; y José, que ha sido advertido por el ángel. El mundo está en la oscuridad: Cristo está aún en el seno de María. Y los judíos seguían disertando sobre el Mesías, sin sospechar que lo tenían tan cerca. Pocos esperaban la consolación de Israel: Simeón, Ana... Estamos en Adviento, en la espera.
En este tiempo litúrgico la Iglesia propone a nuestra meditación la figura de Juan el Bautista. Este es aquel de quien habló el profeta Isaías diciendo: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
Juan se llamó el profeta del altísimo, porque su misión fue ir delante del Señor para preparar sus caminos, enseñando la ciencia de salvación a su pueblo (San Agustin).
Juan no hará su labor buscando una realización personal, sino para preparar al Señor un pueblo perfecto. Así es todo apostolado: olvido de uno mismo y preocupación sincera por los demás.
Cada hombre, en su sitio y en su propia circunstancias, tiene una vocacion dada por Dios; de su cumplimiento dependen otras muchas cosas queridas por la voluntad divina: "De que tú y yo nos portemos como Dios quiere - no lo olvides - dependen muchas cosas grandes" (J. Escrivá de Balaguer). �Acercamos al Señor a quienes nos rodean? �Somos ejemplares en la realización de nuestro trabajo, en la familia, en nuestras relaciones sociales? �Hablamos del Señor a nuestros compañeros de trabajo o de estudio?. Nuestra gran alegría será haber acercado a Jesús, como hizo el Bautista, a muchos que estaban lejos o indiferentes. Sin perder de vista que es la gracia de Dios y no nuestras fuerzas humanas la que consigue mover las almas hacia Jesús.