Muy pocas veces se tiene el privilegio de ser testigo de hechos insólitos, extraordinario, irrepetibles, que nadie espera. Pero por estos días estoy observando, con cierta diversión por cierto, el silencio más ruidoso de los últimos tiempos, con más efectos y angustias.
Sólo así se puede caracterizar ese espacio abierto en el país desde el dos de mayo pasado, después que Martín Torrijos Espino ganara la presidencia de la república.
Como buena plaza comercial, Panamá es un país de rumores y novedades, donde todo se sabe antes que suceda, o sucede antes que se sepa, pero lo cierto es que una cosa va primero y otra después, no las dos juntas. O nos enteramos todos primero, o nos sorprenden a todos al mismo tiempo, o al final inventamos.
Pero en los dos últimos meses he podido tocar con las manos la desesperación de algunos, y las ansiedades de otros: Que si "hay mucha incertidumbre", o "es mayúsculo el desconcierto", o que "el hombre no dice nada", y hay muchos que ya no saben si sentarse en el piso, en la silla, en el pupitre o debajo de la cama.
Mira Bermúdez: "Es que uno siente que lo están bajando del bus sin haber pedido parada", me dijo uno este fin de semana, después de haberme aseverado hace mes y medio que era un fijo para determinado puesto. Los más serios parecen haberse centrado en temas de fondo sin más petición que aquella que pugna por retomar viejas metas de soberanía e independencia, pero quienes se declaran adictos a los cables, casi llegando al poste, fácilmente pueden estar al borde de la locura.
Sin embargo todos, sin distinción alguna: rumores, bolas, conjeturas, especulaciones, chismes o "informaciones serias", "designaciones fijas o escandalosas" se detienen ante el silencio de quien será el jefe de estado a partir de septiembre próximo.
Así que, interpretar con cierto grado de éxito el rumbo que va a tomar el país implica esperar hasta que Torrijos Espino comience a gobernar. Hacerlo antes no solo encierra la aventura de equivocarse, sino cierta ausencia de seriedad.