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Sin embargo, llego tarde hasta a mi entierro

Redacción | Crítica en Línea

Muchos países en Latinoamérica se atribuyen el dudoso honor de ser la capital de la impuntualidad. Los venezolanos tienen su fama. Los peruanos tampoco se quedan atrás. Todos aseguran que la impuntualidad es el deporte nacional.

Aquí en Panamá no vamos a juzgar a nuestros hermanos latinoamericanos ni a decir si son más o menos que nosotros. Pero si se organizan unos juegos panamericanos de la impuntualidad, seguro que los panameños estaremos en el medallero.

Hay muchas explicaciones para la impuntualidad. Que si es algo cultural, que si somos así porque nadie se queja, que si en nuestras ciudades hay muchos tranques. La clave para entender a los impuntuales solo tiene una explicación: la irresponsabilidad.

Si llegamos tarde una, dos o tres veces al año a nuestros trabajos, se tolera, y puede ser explicado (y creído) con cualquier excusa, incluso con una mentirita blanca. Pero cuando llegamos tarde TODOS los días a nuestros compromisos, ya no podemos echarle la culpa al tráfico o al mal sistema de transporte. Ahí quienes estamos mal somos nosotros.

Ahora, lo de que la impuntualidad es cultural, tiene parte de verdad.

Hay a menudo una convención de que una pequeña cantidad de retraso es aceptable en circunstancias normales; por lo general, diez o quince minutos en las culturas occidentales. En otras culturas, tales como la sociedad japonesa o en el ejército no existe tolerancia alguna. No obstante, la puntualidad se considera un signo de consideración hacia las personas que están esperando.

Algunas culturas tienen sobreentendido que los plazos reales son diferentes de plazos indicados. Por ejemplo, en una cultura particular puede ser entendido que la gente llegará una hora de más tarde de lo anunciado. En este caso, puesto que cada uno entiende que una reunión a las 9 am comenzará realmente alrededor de las 10 am, nadie se incomodará cuando todo el mundo aparezca a las 10 am.

En las culturas que valoran puntualidad, retrasarse es equivalente a demostrar desprecio por tiempo de otra persona y se puede considerar un insulto. En tales casos, la puntualidad se puede hacer cumplir por penas sociales, por ejemplo excluyendo enteramente a los que llegan más tarde de las reuniones.

Entonces, en Panamá podemos concluir que llegar tarde se ha institucionalizado porque no respetamos el tiempo de los demás. Si no respetamos al prójimo, eso significa que nosotros tampoco seremos respetados.



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