Los campos deportivos en los barrios populares, donde la juventud y la niñez huyen del ocio y el vicio para ejercitarse sanamente, o para ser algún día deportistas de renombre, se han convertido sorpresivamente, en escenarios de violencia y muerte.
Promovidas por representantes de corregimientos, diputados, políticos y seudodirigentes comunitarios que sólo buscan lucrar o conseguir los votos de los jóvenes, las conocidas "ligas" terminan ahora en borracheras, riñas tumultuaria y tiroteos, sirviendo hasta de lugares propicios para el consumo de droga, ante la ausencia de las autoridades policiales.
En la actualidad, producto de los afanes de buenos deportistas y dirigentes comunitarios responsables, todas las comunidades cuentan con espacios abiertos para la práctica de diversos juegos, preferentemente el béisbol o el balompié; pero de un tiempo para acá, la práctica deportiva que es sinónimo de salud, ha sido asociada al licor y las malas costumbres.
Tanto es así que, en todos esos espacios públicos, las empresas cerveceras surten pequeñas cantinas, equipadas con una barra y nevera, de modo que, durante, y después de los partidos, se mantienen vendiendo cerveza como cualquier otro centro distribuidor que paga al día sus impuestos de operación al fisco.
En estos lugares se ha hecho práctica común el derroche de obscenidades, vulgaridades y poses de maleantería de la peor ralea, sin que haya autoridad presente que llame al orden.
No conforme con las numerosas cantinas, parrilladas y centros de perversión aprobados por los municipios y el Ministerio de Comercio, ahora la población tiene que soportar el deprimente espectáculo de ver a la juventud caer víctima del alcohol, bajo un falso señuelo de superación deportiva.
Esta situación viene siendo también la causante de otros malestares sociales, entre los que se cuenta la desintegración familiar.
