Como seres humanos, debemos aspirar a la conquista del yo real, descubriendo que somos espíritus encarnados, controlando y sublimando las energías del yo inferior y situándonos en el campo de la realidad superior, el mundo del Espíritu. Deberíamos anhelar el perfeccionamiento de todas nuestras capacidades, el desarrollo de una gran lucidez mental, buscando estar siempre conscientes o despiertos y ser muy compasivos con los demás y la naturaleza.
En verdad deberíamos estar dispuestos a dar sucesivos "saltos cualitativos", sutiles muchos de ellos, en los que hiciéramos mutaciones en nuestra conciencia para adquirir más sabiduría. Esto implica "hacerse violencia interior", dejando atrás todo lo que nos impida una realización integral. A esto llamamos liberación interior. Estamos muy atados a personas, cosas y costumbres y a miedos como "el qué dirán", perder posesiones y seguridades que nos impiden dar pasos progresivos de santidad.
El desapego es clave para dar pasos hacia la perfección espiritual. El apego a cualquier cosa que por nuestra ignorancia espiritual la consideramos dios es la que nos mantiene a ras de tierra, arrastrándonos como serpientes por el mundo. Debemos aspirar a tener rectas intenciones y acciones, que apunten siempre al mejoramiento del ser humano. Debemos buscar romper los muros que nos dividen y nos hacen fanáticos religiosos, políticos, raciales y sociales. Debemos aspirar a vivir en el "ahora", anclados en el hoy, sabiendo que Dios es el eternamente presente y solamente en este momento podemos tener una relación profunda con Él.
Al final de cuentas, nuestra meta es la de sumergirnos en el misterio insondable, sublime, siempre gozoso y luminoso de la Santísima Trinidad, donde en la eternidad estaremos embelesados contemplando la belleza infinita de Dios. Por esa razón, nos dice San Hipólito "cuando contemples a Dios tal cual es, tendrás un cuerpo inmortal e incorruptible, como el alma, y poseerás el reino de los cielos tú que, viviendo en la tierra, conociste al Rey Celestial; participarás de la felicidad de Dios, serás coheredero de Cristo y ya no estarás sujeto a las pasiones ni a la enfermedades, porque habrás sido hecho semejante a Dios" (Trat. Refut. De las herejías, 10). Qué triste es no aspirar a nada y peor, no aspirar a las cosas celestiales. Mientras más tenga hambre de Dios y quede saciado por Él, será invencible a la maldad. Amén.