No es un secreto que los procesos en el Estado son tal lentos y engorrosos casi como una tortuga. Papeleos y trámites en exceso matan las ideas de todo aquel que se propone ejecutar cambios sustanciales. Todo esto tiene un nombre y se conoce como burocracia estatal, un conjunto de normas que se ha propuesto cambiar el nuevo presidente Martín Torrijos desde el primer día en que tomó posesión de su cargo.
Trabajar con las manos atadas es algo que no parece gustarle a la nueva administración, por ello, desde que se reunió por primera vez el Consejo de Gabinete, creó la Secretaría de la Presidencia para la Innovación Gubernamental, una especie de oficina de vanguardia que pretende convertir al estado en un ente eficiente y transparente.
A cargo de esta nueva pieza del estado se ha puesto como cabeza principal a Gaspar Tarté, un hombre que ha llegado con ideas claras de lo que es el tema de innovación social.
El nuevo presidente busca hacer las cosas mejores. Intentará ofrecer un servicio más eficiente a la ciudadanía para crear confianza. Esto será la base fundamental para hacer un buen gobierno, pero no será fácil. Debe enfrentarse a estructurar operativas definidas por muchos años en el sector público, donde el recurso humano desconoce lo que es estar a tono con la modernización y sobre todo con una palabra mágica: excelencia.
De nada sirve que el estado se inyecte de tecnología si las personas tienen los brazos cruzados y no dan más de lo que siempre han dado.
No estamos diciendo que no se puede. Al contrario, la propuesta es ambiciosa y nos colocaría al nivel de países desarrollados de la región como es el caso de Chile y México, donde ya los procesos están cambiando de forma satisfactoria para el funcionamiento de la gestión estatal.