Juanito y su hermana Margarita fueron a pasar sus vacaciones en la granja de sus abuelos. Para que Juanito tuviera con qué entretenerse, el abuelo le regaló una honda y le dijo que fuera a jugar con ella en el bosque cercano. Alejándose a cierta distancia de un árbol que tenía un grueso tronco, Juanito ensayó su puntería, pero no logró pegarle al tronco. Por fin, desanimado y muerto de hambre, decidió volver a la casa. Tan pronto como divisó la casa, vio a lo lejos el pato de la abuela. Como por impulso, sacó de su bolsillo la honda y una piedra que le había sobrado, y le apuntó al pato. ¿Quién lo hubiera creído? ¡Esta vez, la primera en toda la mañana, dio en el blanco y mató al pato! Juanito, ahora muerto de susto, cavó de prisa un hoyo y enterró al pato. Mirando de reojo a la casa, se dio cuenta de que su hermana lo había visto todo. Pero ella no dijo nada.
Cuando terminaron de comer, la abuela le pidió a Margarita que la ayudara a lavar los platos. Pero la niña contestó:
-Yo lo haría con gusto, abuela, sólo que Juanito me dijo que él quería hacerlo de hoy en adelante.
Y le dijo al oído a Juanito:
-¿Recuerdas lo del pato?
Así que Juanito tuvo que lavar los platos. Esa tarde, el abuelo invitó a los niños a pescar. Interrumpiéndolo, la abuela dijo que lo lamentaba mucho, pero necesitaba que Margarita se quedara con ella para que le ayudara a preparar la cena. Con una sonrisa de oreja a oreja, la nieta repuso:
-No te preocupes por eso, abuela, que Juanito me dijo que él quería ayudarte.
Después de varios días de verse obligado a hacer no sólo los quehaceres domésticos que le tocaban a él sino también los de su hermana, Juanito no aguantó más, así que se acercó a la abuela y le confesó que había matado el pato. La abuela lo abrazó, lo besó en la frente y le dijo:
-Yo ya lo sabía, Juanito. Estaba mirando por la ventana y vi todo lo que hiciste. Sin embargo, porque te quiero, te perdoné. Sólo me preguntaba cuánto tiempo seguirías sirviendo a tu hermana como esclavo.
Así como la abuela en el caso de Juanito, Dios ha visto todo lo que hemos hecho. Y ya nos ha perdonado, porque nos ama. Ahora sólo se pregunta cuánto tiempo seguiremos sirviendo al pecado como esclavos, antes de confesarlo y aceptar su perdón. Acerquémonos a Dios hoy mismo, dándole la oportunidad de abrazarnos y reconfortarnos.