Los profesionales en ciertos campos, por razones éticas y de principios, están obligados a mantener confidencialidad con las personas a las que se deben.
Parte del juramento hipocrático, al que deben ceñirse los médicos, reza así: "Guardaré silencio sobre todo aquello que en mi profesión, o fuera de ella, oiga o vea en la vida de los hombres que no deba ser público, manteniendo estas cosas de manera que no se pueda hablar de ellas".
La confidencialidad médico-paciente se refleja en otras profesiones: los abogados están comprometidos a mantener en secreto toda información sensitiva sobre sus clientes.
Los periodistas también tienen esta misma relación, pero con sus fuentes. Irónicamente, en una profesión en que sacarlo todo (lo verdadero) a la luz es el fin primordial, hay un punto para tener en secreto, que es la identidad de quienes nos dan información verídica.
Cuando un paciente, un cliente o una fuente nos dan información sensitiva, nos están confiando algo muy personal, y como profesionales, tenemos que saber ser una tumba; algo difícil en estos días, pero para nada imposible, siempre y cuando se sea consciente sobre las implicaciones.
Resulta triste cuando profesionales que juraron mantenerse con la boca cerrada sobre la información que le llega, violan estos preceptos en conversaciones casuales con gente que medianamente conocen; en fiestas, pasillos o en una discoteca.
Los abogados, médicos y periodistas en todo el mundo se han ganado un prestigio ganado a pulso por profesionales que se destacaron en estas ramas. Cuando violamos el secreto de los clientes, pacientes o fuentes, estamos traicionando la confianza que ponen en nosotros, y desprestigiamos a nuestros colegas.
¡Cuidado, que la mala fama que difundimos con la boca, se nos devuelve a nosotros mismos!
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