Era el 28 de mayo de 1940. El doctor Thornwell Jacobs, presidente del Centro de Enseñanza de la Universidad de Alabama, procedió a cerrar y sellar la llamada «Cripta de la civilización» en la ciudad de Atlanta, Estados Unidos. En esa cripta se guardaron todos los datos científicos, históricos, sociológicos y políticos del mundo de entonces. Se guardaron colecciones de enciclopedias; libros reproducidos en microfilm; cintas magnetofónicas de las primeras que hubo en el mundo, una de ellas con la voz del presidente Roosevelt; música; herramientas; objetos de arte; curiosidades y millares de otros objetos.
La cripta se cerró para ser abierta después que pasaran 6.181 años, es decir, el mismo lapso transcurrido desde que existen datos históricos hasta el año 1940 en que se cerró la cripta.
Antes de que sellaran la cripta, el doctor Jacobs afirmó: «Los hombres que vivirán dentro de seis mil años habrán aprendido a superar todas nuestras dificultades actuales. Habrán vencido el cáncer, la tuberculosis y la demencia. Y habrán aprendido a evitar las guerras y las dictaduras. Pero lo más fascinante -concluyó- es que habrán aprendido a comunicarse directamente con los muertos, y tal vez hasta con Dios.»
Sin duda, a los que estaban allí aquel día, esas declaraciones del eminente catedrático les parecieron tan factibles como proféticas. Esa suele ser la actitud general ante tales actos solemnes. Pero en la actualidad, la perspectiva optimista de Jacobs está en tela de juicio. Tal vez la humanidad Viva, Crítica en Línea otros seis milenios, aunque las profecías bíblicas dan a entender que se acerca el fin del mundo. Y quizá la raza humana, si logra sobrevivir tanto tiempo, aprenda a curar el cáncer, la demencia y las demás enfermedades. Y también tal vez los hombres aprendan a evitar las guerras y las dictaduras, aunque todo parece indicar que en este aspecto no hemos mejorado, sino que vamos de mal en peor. Pero en definitiva, para hablar con Dios no es necesario llegar a tanto.
Hoy mismo, en este mismo instante, podemos comunicarnos con Dios. Basta con que nos recojamos un momento en el templo de nuestra alma y nos dirijamos a Él con toda confianza. Hablemos con Dios. Contémosle nuestras victorias y nuestros fracasos, y veremos que, lejos de hacernos esperar seis mil años, nos responderá en seguida.