Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. Así comienza el relato bíblico de un hombre honesto, creyente, afortunado y feliz.
La historia da prontamente un vuelco: en rápida sucesión, Job pierde sus bienes, sus hijos y su salud. Esta tragedia se asemeja a la historia de Hugo Sánchez, un panameño que perdió a sus dos hijos, su esposa y su casa en una de las peores tragedias humanas de la provincia de Colón.
Ambas narran episodios dolorosos de la vida de un hombre. La diferencia es que la historia de Job se encuentra en el Antiguo Testamento, mientras que la historia de Sánchez se encuentra escrita en los periódicos que han dado seguimiento al caso.
La Biblia brinda una explicación sobre la miseria de Job.
Según teólogos, lo que le ocurrió a este hombre estaba escrito porque Satanás intentó hacer una especie de apuesta con Dios, a quien pidió permiso para castigar a Job con el fin de que éste renegara de Él. Dios accedió y dijo: has lo que quieras, pero no toques su alma.
Las garras de Satanás no pudieron con la fe de un hombre que nunca rechazó del Señor, a pesar que su propia esposa y sus amigos le pedían que lo hiciera.
¿De dónde sacó fuerzas Job? Su fe le brindó esa seguridad de vida, una seguridad que de seguro necesita Sánchez, quien hace pocos días se despidió de Edith, su esposa; Hugo y Elda, sus hijos.
Es doloroso para un ser humano perder a un familiar. Para Hugo, el dolor se multiplicó por tres, porque hoy no tiene la sonrisa de sus hijos ni la de su esposa, mucho menos un hogar donde comenzar de nuevo y pedir la fortaleza para hacerlo.
El libro de Job, a pesar de tener un inicio fatal tiene un final alentador, porque todo lo que perdió, Dios se multiplicó siete veces más por ser fiel a su verdad.
La columna de apoyo para Hugo Sánchez debe ser ese norte. Vivir con la fe puesta en los ojos del Señor, quien de seguro tiene una respuesta para lo que ocurrió con su familia.
Crítica intenta hoy ofrecer esa alternativa para llegar a las autoridades y amigos de este hombre, que ahora más que nunca necesita de la ayuda de todos los que le aman.
En la página 21 de esta edición hablan un sacerdote católico y un reverendo evangélico, quienes brindan su opinión sobre lo infinitamente bueno que es el Señor, a pesar de las peores problemas que puedan estar pasando el hombre y la mujer.
Ambos concluyeron que Dios no es culpable de la muerte de nadie y que él es el primero consolar al ser humano en tiempo de dolor.