Un partido de sólido raigambre ético-político y de insólito impacto popular, operó como tornado implacable, barriendo la faz del país, concentrando la opinión ante todo joven en las urnas, llevando sin sospechas ni tapujos al presidente constitucional más bisoño que haya tenido la República en sus cien años de vida independiente, su excelencia, Martín Torrijos Espino.
No estoy joven, pero admiro la etapa de la vida que he dado en llamar, la era de las grandes realizaciones, época en la que se actúa con mayor creencias en los ideales y las energías corporales se fortifican en renovación constante, nutridas por una esplendorosa y emocionante vivacidad mental.
Es cierto a la juventud se les deben delegar funciones, aún las más sublimes, como las que hoy, engalanan la personalidad gallarda del próximo mandatario.
Mente sana en cuerpo sano, la batuta se empuña sin rodeos ni temores, tampoco flaquezas, echando a un lado el olvido y las lagunas mentales, tan en boga por gobiernos ejercidos por provectos.
Todos experimentamos momentos de gozo, donde podemos exclamar, ¡ea!, juventud, divino tesoro, he aquí el conductor de las estrellas. Presentí que el pueblo iba a ofrecer el espectáculo extraordinario y exquisito en la solución de esta tarea ejemplar, basada en desentrañar las experiencias negativas y los resquemores acumulados muy particulares de sus eternos sufrimientos.
El destino de la patria está en sus manos, siendo el reto que le emplaza la historia coyunturalmente.
Señor mandatario, tiene usted los atributos indispensables del grandes hombre: inteligencia preclara y virtuosa, raciocinio equilibrado, tono de voz adecuado, verbo elocuente muy particular del diestro domador de la palabra, tan decaída en el escenario político en los últimos tiempos.
Su esposa es la licenciada, Vivian Fernández de Torrijos, alma hecha de elegancia, ternura y de atenciones excelsas de fastuosos modales intuitivos.