Manuel Antonio Noriega, el poderoso dictador y exhombre fuerte de Panamá, se encuentra ahora en la dura prisión francesa de La Santé. Estados Unidos prefirió extraditarlo a Francia que enviarlo a Panamá, donde tiene condenas pendientes por más de 60 años por homicidios y enriquecimiento ilícito.
Las vistas de la televisión muestran a un Noriega acabado y con dificultades para caminar. Tras cumplir 20 años de encierro en Miami, ahora le espera otro proceso por lavado de dinero en París, donde en la década del ochenta fue condecorado con la medalla de la Legión Extranjera.
Sin duda que el antiguo colaborador de la CIA sigue siendo una papa caliente por los secretos que debe guardar. Aunque Francia no le reconocerá el status de prisionero de guerra que le otorgó Estados Unidos, el llamado "Criollo del Terraplén" tendrá un trato algo diferente al resto de los presos de La Santé.
Al mismo tiempo, no se puede desconocer que el exjefe de las Fuerzas de Defensa todavía sigue siendo punto de discordia entre panameños. Hay quienes prefieren que se quede en Francia y otros plantean que debió venir a Panamá y pasar el resto de sus días en una cárcel de su Patria.
Los que fueron víctimas de sus abusos temen que estando en Panamá, Noriega en pocos meses estaría fuera de prisión. Ese es el gran problema de nuestras instituciones. Se reforman leyes y se acomodan para favorecer a determinadas personas. Un país con instituciones fuertes exigiría que un sujeto acusado de tantos delitos, fuera enviado de vuelta para enfrentar a la justicia panameña.
Sin duda que Panamá debe fortalecer su sistema de justicia, para que el rico, el pobre, el blanco, el negro o cualquiera sin importar su condición pague por los crímenes que cometa. Cuando ésto se logre, tendremos instituciones fuertes y no habrá temor que se fabriquen escapes legales, para favorecer a determinado personaje.