En la tierra encontramos los elementos dinámicos que nos dan la vida y esparcidos por el mundo represados silenciosamente en cada planta, está la cura de cuanta enfermedad atormenta al hombre sobre el planeta. Me atrevo a sostener que para cada dolor existe un bálsamo que suaviza las angustias y sufrimientos que provocan el tormento desestabilizador de los tejidos funcionales que componen el organismo. Y las medicinas que deben ofrecerse a precios bajos, porque son para dar salud, los componentes sociales han experimentado alzas irreparables en los últimos días. Los gobiernos prudentes deben comprender que sus éxitos dependen del trabajo del pueblo tributario, pero saludable. Sin salud no hay producción y sin producción impera la ruina. Con el pueblo enfermo como aliado, no podemos caminar muy lejos, el cansancio irrumpirá, para dar paso a la gota de terribles consecuencias en el desenvolvimiento laboral del hombre. Jamás le podremos exigir al ser humano rendimiento si se abate bajo el imperio general de desórdenes corporales, como fruto de las enfermedades o de la impertinente hambruna, porque el hambre también es una forma de enfermedad, a la vista, totalmente improductiva y de temores prácticamente insospechados. La vida del enfermo es la cancelación de los estímulos vivenciales, apreciando todo lo que le rodea sin emoción.
Transitamos el sendero de la inseguridad, todos los movimientos de los caminantes, denotan el alto grado de desagrado y amargura que llevan consigo de compañeros. Yo no sé qué conciencia guarda el que lo sube todo en nuestro país y cuál abriga el que permite subirlo. Últimamente las medicinas están por el mundo sideral, pensando que los ángeles no las necesitan, porque ellos no se enferman. Con las últimas y amargas reformas, nos han llovido las alzas por todas partes. Analizando con seriedad que nuestro mejor camino es desaparecer del mapa.