El cardenal español Eduardo Martínez Somalo, Camarlengo de la iglesia desde 1993, se convirtió con la desaparición de Juan Pablo II en la máxima autoridad de la Iglesia Católica, encargado de velar por la transición papal.
Desde la muerte del Pontífice, este riojano de 78 años que ha servido a cinco papas, se ha convertido en una especie de regente, cargo que ocupará hasta la elección de un nuevo papa.
"Es competencia del Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, durante la Sede Vacante, cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede, con ayuda de los cardenales asistentes", reza la Constitución Apostólica promulgada por Juan Pablo II en 1996.
Aunque no puede considerarse un "Papa interino", puesto que sus poderes son muy limitados y no puede ni cambiar leyes ni destituir o nombrar cardenales, la labor del Camarlengo, del latín 'camerarius' (guardián del tesoro real), comienza con la certificación oficial de la muerte del Papa.
Entre sus funciones figuran también precintar el estudio y la habitación papal, dejando siete días al personal que reside en el apartamento para abandonar el lugar antes de sellarlo, y hacerse cargo del Palacio Apostólico y de las otras residencias oficiales para entregárselo todo intacto al sucesor.
El Camarlengo español, cuyo estado de salud es delicado, también se encargó de establecer, en consulta con los cardenales, todo lo referente a la sepultura del Pontífice, al que le debe su brillante carrera en el Vaticano.
A partir de ahora deberá también preservar el secreto y la clausura del proceso de elección del nuevo papa, que comenzará el 18 de abril con el Cónclave de cardenales en la Capilla Sixtina.
Ayudado por varios asistentes, revisará el lugar donde se llevan a cabo las votaciones para asegurarse de que no hay micrófonos o transmisores ocultos y censurará toda la correspondencia.
Cuando el nuevo Papa sea elegido, su último cometido será acompañarlo a la "habitación de las lágrimas", como se llama la celda contigua a la Capilla Sixtina donde el elegido es ayudado a vestirse y, según la tradición, llora ante el peso de su nueva gran responsabilidad antes de ser presentado ante el pueblo.