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  OPINIÓN


Domingo de Resurrección

Por: Tomás E. Díaz Villa | Relacionista

El Domingo de Pascua de Resurrección es el día verdaderamente grande y esplendoroso de la Iglesia de Dios. La idea del triunfo de Cristo sobre sus enemigos lo llena todo. Todos los textos del rezo litúrgico y de la misa son gritos de victoria, reforzados por repetidos y jubilosos aleluyas.

Esta Pascua es como la primavera de las almas: en ella se renueva todo, y sobre todo se rebustecen, la fe, la esperanza y la caridad. Haber resucitado hoy Cristo es haber dado al mundo, creyente o no, la firma más auténticas de la verdad de su religión y, por lo tanto, de la divinidad de su Iglesia. ¡Al Cordero vencedor y para siempre glorificado, sea hoy y siempre, todo honor, gloria, alabanza y bendición!

El onceno artículo del "Credo" reza así: "Creo en la resurrección de la carne. Esta resurrección tendrá lugar el último día del mundo, tanto para los buenos como para los malos. Porque este cuerpo que llevamos, tan frágil ahora y tan caduco, tan sujeto a enfermedades de toda clase y a continuas molestias, y que, después de la muerte, será pasto de los gusanos; al fin del mundo, cuando todos los muertos, obedeciendo al llamamiento de Jesucristo, juez soberano, resuciten para ser juzgados, él también volverá a la vida.

De esta suerte todos sin excepción comparecerán en cuerpo y alma ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno la justa paga del bien o del mal que hubiese hecho en vida. "Resucitarán, en verdad, los que practicaron el bien para la resurrección de la vida, y los que obraron mal para la resurrección del juicio y para el suplicio eterno".

Armado de esta fe, el hombre paciente y virtuoso se consuela en sus mayores desgracias, y, prudente en verdad, sujeta su cuerpo a la ley de Dios, para conservarlo puro y digno de la feliz inmortalidad.



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