El ajo nace en el antiguo Turkestán (límite entre China y Afganistán e Irán) desde donde viaja a China, India, norte de Europa y las márgenes del Mediterráneo.
La primera cita que se conoce se ubica en el 400 a C y pertenece a un herborista chino. Los Sumerios y los pueblos de la Mesopotamia ya reconocían sus poderes curativos.
El Codex Ebres, un papiro médico que data del 1550 a C contiene 22 menciones sobre el ajo y su aplicación en el control de cardiopatía, mordeduras, parásitos intestinales y tumores.
Entre las personalidades que contribuyeron a su propagación se cuenta Alejandro Magno (320 a C), Atila (550 d C) y Gengis Khan (1200 d C)
El motivo de tal difusión fue su utilidad como conservante de la carne y el pescado, su reducción de tamaño y la facilidad para almacenarlo.
Homero, Miterdates, Herodoto, Aristóteles, entre otros, recomendaban el uso del ajo con virtudes terapéuticas.