Esa noche no pudimos dormir bien. Una mezcla de ansiedad y curiosidad por el censo lo impedía.
Temprano, desayunamos, bien bañados y peinados, comenzamos la larga espera.
Miramos a las siete por la ventana. No estaban los empadronadores.
Diez minutos después vimos a varias jóvenes con carpetas y suéteres de la Contraloría.
Contentos abrimos la puerta para saludarlas. Nos preguntaron si esta era la casa "tal". No era así. Haciendo un gesto de incomodidad se retiraron y se sentaron al frente, en la acera.
Llegó la supervisora y le preguntamos por qué no nos censaban. No contestó y fue a revisar papeles con las muchachas.
Nos sentimos inquietos y por eso sacamos dos sillas y las pusimos en la entrada.
Pensamos que era un mensaje claro...
Una hora después nadie quería contarnos y guardamos las sillas calientes por el sol.
Volvió una joven a preguntar el número de la casa. No era la nuestra. Le pedimos que nos censaran y nada.
Vimos otras casas con etiquetas de "censado", lo que nos desesperó.
Casi siete horas después mi esposa exigió que nos censaran. La muchacha dijo que iba a hablar con la supervisora... Jamás volvió.
A las seis de la tarde pensé que era buena idea irnos a la calle, para que nos retuvieran y nos llevaran a la fuerza para empadronarnos.
Pero algunos decían de una multa de mínimo cincuenta balboas por circular sin haber sido censado. Eso nos quitó la idea.
A las seis y media en la TV vimos a la Contralora diciendo que "habían censado al noventa y cinco por ciento".
Como sociólogo conozco algo de encuestas y esa cifra me parece exagerada.
Estábamos como leones enjaulados por culpa del censo. Tratamos de llamar �que va! Línea ocupada por horas.
Volvieron a hacer el censo en unas barriadas. Una semana después dice la Contraloría que los que no fueron censados deberían hacerlo por teléfono.
No pensamos perder más tiempo con el bendito censo. Así que se queden sin nuestros datos. Pensábamos que éramos los únicos, pero tuvieron que aceptar que no.