José Vicente Ferrer de Otero y Cintrón nació en Santurce, Puerto Rico, el 8 de enero de 1912. A los seis años se trasladó con su padre a la ciudad de Nueva York. De ahí que en 1934 obtuviera su Licenciatura en Humanidades de la Universidad de Princeton, donde se apasionó por el arte dramático, y que posteriormente estudiara literatura francesa en la Universidad de Columbia.
En 1943, su interpretación de Yago en la obra �Otelo� lo lanzó a la fama en el mundo artístico. En 1947, cuando se otorgaron por primera vez los premios Tony, recibió el primero de cinco premios Tony de teatro por interpretar por primera vez el personaje Cyrano de Bergerac. Un año más tarde, obtuvo la primera de tres nominaciones al Oscar.
En 1952, la Organización de Estados Americanos le rindió homenaje por ser vínculo de excelencia entre la cultura latina y la anglosajona.
En total, Ferrer actuó en 70 películas y dirigió 13 producciones de Broadway y siete películas. Con sobrada razón se le dedicó, en 1990, el Festival de Teatro Latinoamericano.
En lo personal, José Ferrer se casó cuatro veces y tuvo seis hijos, uno de ellos el también actor Miguel Ferrer. Quienes no saben que José Ferrer fue tío del actor George Clooney y suegro de la cantante Debby Boone, tal vez tampoco sepan que hablaba cinco idiomas �español, inglés, francés, italiano y alemán� y que los dominaba a tal grado que durante una conferencia de prensa se dirigió a todos los periodistas en sus respectivos idiomas.
�Un autor puede escribir algo que perdure trescientos años después de su muerte �observó José Ferrer durante una entrevista en 1986�, pero cinco minutos después de mi muerte, ya no puedo actuar ni dirigir más.� Quiera Dios que esas palabras que pronunció el reconocido actor unos seis años antes de su muerte el 26 de enero de 1992, nos lleven a reflexionar que, antes de afrontar nuestra propia muerte, debemos pedirle a Dios que desempeñe el papel de Director de la obra sin igual que es nuestra vida, en la que nosotros somos los actores principales. Porque una vez que muramos, ya será demasiado tarde. Y lo cierto es que cinco minutos después de nuestra muerte, Dios, que es el Guionista que inspiró la Biblia, que ha perdurado miles de años, será el único capacitado para dirigir nuestra actuación eterna.