Cuentan que en un lugar del interior de mi país vivían dos jóvenes esposos que tenían un hijo de cinco años de edad que era su tesoro más preciado. Su morada, un rancho con paredes de tierra y techo de pencas de palma real. La pobreza extrema y el amor que se tenían eran los elementos más sobresalientes en ese hogar.
Un día, el niño enfermó. Eso vino a complicar más la situación por la que pasaban. El niño en lugar de sanar, empeoraba. No sabían en realidad qué tipo de enfermedad había contraído. Peor aún, cuando el médico que atendía en el Centro de Salud más cercano les había dicho que era una "enfermedad muy rara"; y que lo sentía mucho -para tratar esta enfermedad, se necesita medicina muy cara, y ustedes no tienen dinero; así que resignarse es lo mejor- les dijo el caballero.
La madre, inclinándose ante un crucifijo que colgaba de la rústica pared de quincha gritó: "Dios mío, mátame a mí, y deja vivir a mi hijo".
Al papá, al ver todo esto se le hizo un nudo en la garganta, porque a cualquiera le espanta verse en tan terrible aflicción. "Nuestro hijo se nos va", gritaba el infeliz. A su memoria surgieron recuerdos; en una ocasión su hijito le dijo casi llorando: "Papá, no quiero zapatos, ni ropa; pero sería lo más grande, si tuviera una pelota".
Entre lamentos, recuerdos y rezos, se les aparece un hombre bastante viejo y desaliñado, con ropa harapienta; tiritando de frío, porque estaba mojado por una pertinaz llovizna. Le dan la bienvenida y lo invitan a entrar; le ofrecen una taza de café caliente y tortilla. El extraño visitante preguntó qué tenía aquel niño. Después que le explicaron, se levantó y fue donde estaba el moribundo, le puso su mano en la frente, y como obra de Dios, el niño quedó curado y sonriente. El hombre se despidió; por donde entró, desapareció.
Marido y mujer, se preguntaron ¿quién era ese ser tan extraño. Que con sólo tocarle la frente a su hijo, le había devuelto la salud?
Ese era Dios Omnipotente; que probando caridad, de dos nobles esposos, dio el regalo más hermoso en la Noche de Navidad. Nota: El escrito está basado en una décima panameña.