Los comerciantes de este país saben muy bien lo consumistas que somos. Por eso proclaman a los cuatro vientos sus dizque ofertas para que la gente se caiga con el billete cada vez que entregan el décimo tercer mes, y durante la época de Navidad, que muy convenientemente coincide con el día de la Madre.
Pero también los panameños somos capaces de jalarle las riendas a los caballos de la compradera de vez en cuando. Lamentablemente, algunos no saben lo que cuesta ganar el dinero, y cuando se trata de un dependiente, la cosa se pone difícil para quienes tienen que mantenerlos.
Hablamos de los hijos malcriados, las esposas que no trabajan y piden y piden, las queridas y queridos por ahí que andan con el parejo porque "los pone a vivir", y esos maridos mantenidos casados con una riquitilla por las mismas causas.
Estos son capaces de comprar un abrigo de piel en el Sahara, o un aire acondicionado en el Polo Norte. Pero claro, como no es su dinero, qué diablos.
Se llenan de artículos totalmente innecesarios, de los cuales se cansan el primer día que los poseen. A esto, su benefactor económico pasa el Niágara en bicicleta para tratar de pagar las cuentas. Eso si se trata de aquellos que no tienen los pantalones bien puestos y se dejan convencer de vaciar sus cuentas bancarias a punta de arrumacos, promesas, ruegos, amenazas, o berrinches bochornosos en público.
Es inútil reprender a estas personas saliéndoles con el argumento de que "miles de personas viven en la pobreza mientras tú derrochas", porque son tan egocéntricos y están tan absortos en sus propios caprichos y apetitos repentinos, que sencillamente se ríen.
Lo triste de estos individuos pedigüeños es que no se dan cuenta de que algún día se les acabará la fiesta, y cuando Viva, Crítica en Línean ese momento, ya no tendrá cómo volver a tener ese estilo de vida sabrosón y gratuito.
A los vividores se les acabará la juventud, al igual que a las arrimadas. Los padres de esos chiquillos y mamuyones sin trabajo ni estudios universitarios algún día se cansarán, y los mandarán a comprarse lo suyo con su plata. Cuando la fiesta acabe, tendrán que tomar forzosamente un curso intensivo relámpago de responsabilidad y humildad.
Los padres deben enseñar la responsabilidad de administrar el dinero a los hijos desde temprano. No todo puede ser "cómprame, cómprame, cómprame". Ese desenfreno pasa la factura tarde o temprano.