Aquella era una fresca tarde de otoño en Londres. John Fuggles, anciano anticuario y ratón de biblioteca, se dispuso a realizar su ocupación favorita: husmear en viejos archivos y documentos.
Tomó un viejo paquete de papeles, que llevaban muchos años dormidos en un cajón, y se fijó en la envoltura. Era una página de la Biblia. Tomó una lupa de gran aumento y examinó el papel apergaminado, las letras dibujadas a mano, las marcas de una gran antigüedad.
Para su sorpresa y satisfacción, acababa de hallar una página perdida de la llamada «Biblia Ceolfrid», publicada alrededor del año 713 d.C., mil doscientos años atrás. Se calculó que el valor de esa preciosa página era de unos 175 mil dólares.
¡Qué valor adquieren las cosas antiguas para los coleccionistas! Para estas personas que parecen vivir revolviendo el pasado más que atisbando el porvenir, un documento antiguo, una carta de Pedro el Grande o un manuscrito griego, adquieren valor gigantesco.
Lo que John Fuggles descubrió fue una página de una Biblia manuscrita, editada en los tiempos cuando apenas comenzaba la Edad Media, una Biblia escrita en latín, y que habrá sido leída sólo por unos cuantos monjes eruditos.
Si una sola página de esa Biblia valía 175 mil dólares, ¿cuánto valdría la Biblia entera? millones. Pero el valor de la Biblia no reside en que es un libro antiguo, escrito en pergamino, con letras dibujadas a mano e iluminadas con oro, plata y colores. Esas son Biblias de coleccionistas, buenas sólo para ellos. El verdadero valor de la Biblia reside en que es un libro viviente, un libro antiguo, pero con un mensaje actual; especial para todo hombre y toda mujer del siglo veintiuno con sus problemas, sus angustias y sus esperanzas. Es un libro que Dios mandó escribir, inspiró, guardó y protegió de la destrucción, y manda que lo lea todo el mundo en todas partes.
La Biblia no es, ni debe ser, una curiosidad de museo. Debe ser el libro de los gobernantes, el libro de los intelectuales, el libro de las almas piadosas, el libro de los pecadores que buscan la salvación. En otras palabras, debe ser el libro del pueblo.
La Biblia es el libro que traza el camino de la salvación en Cristo y de la reconciliación con Dios para todo ser humano que puebla este planeta.