Dos taxistas han sido asesinados en menos de una semana y si se buscan las estadísticas, las cifras serán alarmantes. Lastimosamente las calles de Panamá están plagadas de criminales en todas las especificaciones y las víctimas tienen un patrón social: trabajadores que tienen familia que mantener.
Los criminales, de quienes se presume en las investigaciones preliminares, son en su mayoría menores de edad o jóvenes que apenas han alcanzado los 18 años, acaban con la vida de un hombre sin asco, metiéndoles los tiros con el arma que tengan a su alcance.
Esto no es noticia de un día. Al año, más taxistas van a la tumba por muerte violenta que otra clasificación de ciudadano.
Y las calles siguen desprotegidas. Y el taxista más desprotegido. ¿Dónde están aquellas medidas de las cuales se habló en una ocasión para asegurar que el conductor del servicio selectivo tuviera una ruta segura? En qué quedaron las promesas de seguridad integral y otros operativos con nombres rimbombantes.
¿Cuáles serían las medidas efectivas que protejan las vidas de estos hombres que salen de día, noche, madrugada, con lluvia o sol a buscar el pan para su prole? ¿A quién le corresponde velar por el orden social? Cualquiera que sea la inquietud, la realidad es una: hay una crisis de valores sociales y con ella, un alto índice de delincuencia y criminalidad en el país.
No se trata de culpar a nadie sobre el desarrollo violento, sino buscar soluciones. Mientras eso ocurre, allá afuera están exponiendo sus vidas estos trabajadores que afanosamente buscan el real cada día para llevar a sus hogares, y a los cuales, a veces nunca llegarán.
Hay que hacer algo, porque de lo contrario nadie querrá salir a trabajar por temor a encontrarse con la muerte.