El problema de la corrupción persiste como un cáncer que se extiende y carcome a los sectores de la sociedad. No es una crisis que se concentra sólo en el sector público, es algo que afecta a todos los estamentos de la vida panameña.
El policía que deja la puerta abierta de las cárceles para que escapen peligrosos asesinos; el secretario de la Fiscalía Anticorrupción que reclama coima a cambio de liberar a un detenido; el detective que pide favores sexuales para favorecer a un reo y funcionarios judiciales penetrados por los carteles del narcotráfico.
Esas son algunas de las muestras de corrupción en la esfera gubernamental. Sin duda que habrá otras y quizás más graves, pero que permanecen ocultas, porque quizás son más graves o los personajes son más poderosos.
No es fácil acabar con la corrupción. Es una tarea que lleva tiempo, pero el mejor preventivo es una acción judicial ejemplar a los involucrados, sin importar afiliación partidista ni lazos familiares y de amistades.
Quizás por año, la falta de una acción penal fuerte contra los corruptos han fomentado esa lacra, porque la sociedad observa que los que se roban millones quedan libres disfrutando lo robando y pregonando con su presencia en las calles un viva a la impunidad.
Ya muchos han dicho que la corrupción es un impuesto que pagan los pueblos. El dinero que debe ser usado para proyectos en favor de los más necesitados muchas veces queda en los bolsillos de algún funcionario maleante o de algún particular de la misma calaña.
Para la corrupción no debe haber consideración. Sólo así podremos acabar poco a poco con ese mal que carcome a la sociedad panameña.