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  OPINIÓN


No hay ninguna explicación

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Plácida estaba la mañana y normales las clases que se estaban dando. Era un día bueno para la Escuela Politécnica de la Universidad de Montreal, Canadá. Nada hacía suponer la tragedia que había de ocurrir.

Repentinamente un hombre joven entró en uno de los salones de clase. Iba armado con un rifle automático, calibre 22. Le ordenó a todos los muchachos que salieran del aula y comenzó a disparar contra las muchachas. Mató a doce de ellas e hirió a otras varias. Luego se suicidó con el mismo rifle. "No hay ninguna explicación para este hecho", dijeron las autoridades.

Esa frase: "No hay ninguna explicación para este hecho" la oímos con demasiada frecuencia. Se usa especialmente cuando ocurren matanzas insensatas como ésa. Tales matanzas parecen salir todas del mismo molde. El hombre, casi siempre joven, que se arma de un rifle automático, entra a una escuela, o a un mercado, o a un piso de oficinas, y comienza a disparar. Mata a cuatro, ocho, quince o veinte personas, y luego se mata él mismo. Después siempre escuchamos la misma frase: "No hay explicación lógica."

Pero debe haber alguna explicación. Tiene que haber una razón detrás de estos hechos atroces. Y en efecto la hay. Es la corrupción del alma humana, así nuestro intelecto moderno se niegue a aceptarlo. Ya en el siglo diecinueve decía Edgar Poe, el trágico poeta norteamericano:

¿Qué es el hombre?
Una turba fugaz de quimeras
perseguidas, mas ay, siempre en vano
por enjambre insistente de ilusos
en un círculo eterno girando.
Y en el fondo, cual alma de todo
el horror, la locura, el pecado.

El pecado está en el fondo de toda acción humana que tiene como móvil satisfacer el ego. Puede que un hombre no mate a doce estudiantes universitarias ni a veintidós parroquianos en un restaurante, pero por el mismo móvil de satisfacer su ego, abandone a la esposa o le dé una paliza brutal al hijo, o traicione al socio en la empresa. Siempre parte de la misma raíz.

Sólo el Señor Jesucristo limpia el fondo del corazón del hombre. Sólo Cristo puede quitar todo el lodo y el fango que hay en ese corazón y poner en su lugar un manantial de agua limpia. El Señor da un nuevo corazón a cualquiera que con sinceridad se lo pide.



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