Con el promedio de muertes de varones jóvenes en Panamá, ya sea por asesinatos pandilleros o por accidentes de "pelaos" borrachos, da la sensación que estuviésemos en guerra y entonces cabe preguntarse quién se encargará de hacer felices a las muchachas en este pueblo de la fruta de la pasión, (la maracuyá). Países de más experiencia que nosotros en determinados momentos históricos llegaron a tomar medidas desesperadas, pongo de ejemplo a la China de Mao, cuando la insidiosa maña de "cuí" provocaba gentíos inesperados, le ofrecieron a Kissinger diez millones de vírgenes como un alivio temporal a la fogosa situación, (busquen esta acriminación mía, en las memorias de cuando Richard Nixon fue a la China). Los miembros de la comitiva gringa, quedaron absortos, cuando descubrieron que era en serio el ofrecimiento de las diez millones de macacas virgencitas.
Sólo por el derecho de las mujeres, no estoy de acuerdo con el celibato, creo que la atención a las muchachas disminuye con esta práctica milenaria y que fue una de las causantes de la división del cristianismo hace más de 500 años, destape que provocó el reformador religioso, alemán Martín Lutero (1483-1546) con su doctrina resumida en la confesión de Ausburgo. Este monje Agustino peleó frecuentemente con los predicadores católicos por la bula de las indulgencias. Lo que logró Lutero por miles de mujeres europeas, después de casarse él mismo con Catalina de Bora, fue realmente anti enloquecedor no sólo para una parte de las chamacas cristianas, si no para muchos monjes que lo siguieron. El ejemplo más clarito de este tipo de necesidad fisiológica, lo tenemos en la actualidad con la deserción del curita histriónico llamado Alberto y que podríamos compararlo como el alivio que siente un volcán cuando se desparrama en fuego, lava y fumarola sobre pueblos, plantíos y naturaleza. Las ganas reprimidas del padre "Alberto", viendo tanta moza galana de escotes abultados a su alrededor, harían olvidar a cualquier "padre" los ocho años de discernimiento para la decisión de ser cura y dejar a las hijas ajenas tranquilas para siempre.