El miedo se ha metido por las venas de todos los panameños. Nadie quiere ser víctima de la ola delincuencial que se ha tomado prácticamente el país. Mientras existe este pánico generalizado y se siguen registrando en promedio tres muertes por día, no queda otra que asegurarse.
Los panameños y extranjeros que coexisten aquí tienen el derecho a vivir en un ambiente seguro, pero, al no encontrar la protección, el ciudadano siente que debe armarse y se ha convertido en especie de policía y ciudadano para salvaguardar la vida de los suyos.
Lo peor del caso es que lo que se convirtió en un slogan de campaña no se haya cumplido. No ha habido tal seguridad o quizás se ha dado lo contrario, la criminalidad ha desarrollado niveles nunca antes vistos y nuestra infraestructura no está capacitada para arremeter contra los asesinos que siembran luto y dolor entre las familias panameñas.
Ya no se respeta si es de día o de noche; ya no importa robar con el rostro descubierto, hasta eso se ha perdido. Los panameños pensaron que los crímenes violentos serían hechos extraordinarios, pero ahora es cotidiano y la atrocidad de cada una de las historias criminales va en aumento
Hoy, que muchos panameños saldrán a la calle para protestar contra la violencia, no sólo se verán camisas con color blanco, sino que veremos rostros clamando por justicia.
Unamos nuestras voces. Gritemos fuerte. Panamá se merece un mejor mañana. No podemos alardear de indicadores económicos, si no vemos con preocupación y atacamos de frente la fuerte criminalidad.
No hay solución directa, pero muy bien ayuda elevar el nivel de nuestra educación, permeando las mismas posibilidades para los jóvenes provenientes de barrios marginados y quizás lo más importante es acortar la gran brecha que separa del que más tiene del que no tiene nada. Por ahora sólo nos queda orar.