Nos cuenta un Director de los Monjes del Tibet que si ponemos una ranita en un vaso con agua caliente muy pronto salta para así evitar el calor, pero que si la ponemos inicialmente en agua fría y la vamos calentando lentamente, la ranita muere porque ni cuenta se da que la están hirviendo. La reflexión es: ¿será que a nosotros también nos están hirviendo y no nos damos cuenta? La olla hirviendo en que estamos sumergidos así parece indicarlo.
También cuentan que el operador de radar del gran buque El Titanic, aquel barco del cual dijo su constructor "ni Dios hunde el Titanic" y en la primera noche se hundió. Nos dicen que su operador murió de un ataque al corazón cuando se dio cuenta que iban a chocar con un grandísimo témpano de hielo, y corriendo llegó al gran salón de baile donde se celebraba el baile del capitán, y gritando con todas sus fuerzas pedía que todos se pusieran los salvavidas porque iban a naufragar, nadie le hizo caso y siguieron bailando el que en pocos minutos después sería el último vals del Titanic. La reflexión es: ¿será que nosotros estamos bailando el último vals de nuestra titánica vida? y continúa nuestro amigo el Monje tibetano afirmando lo siguiente: si no comprendes que ya no es hora de hablar más del cambio sino de hacer el cambio... pues puedes prepararte a mal existir y eventualmente morir. Curas y pastores, monjas y políticos, gerentes y líderes de todas las orientaciones han hablado del cambio existencial hasta enloquecer. Nos entró por un oído y nos salió por el otro, nos hemos sentado comodísimos a esperar que el gobierno haga el gran cambio, que nuestra empresa cambie, que el vecino cambie, que el papá cambie, que el hijo cambie, que todos cambien para entonces cambiar yo.
Lo malo es que cuando el agua ya nos da al cuello ya no hay tiempo de esperar a que otros cambien. El cambio radical lo tengo que hacer yo y ya y también motivar el cambio en los demás.
Comprendamos que en este mundo en que vivimos todo está cambiando, menos nosotros y cuando esto pasa nos deja el tren.