Quien engaña a su pareja, sólo se engaña a sí mismo. La persona infiel ignora que permanece encadenada a deseos inconscientes que lo obligan a mantener lazos patológicos.
Hay personas que parecen marcadas por un destino amoroso en el que la infidelidad casi siempre está presente. No saben por qué se enamoran de alguien que está comprometido o por qué soportan a alguien que les engaña continuamente.
Todos hemos conocido alguna historia, más o menos cercana, en la que la infidelidad de uno hacía sufrir a otro. Incluso, hemos pensado qué haríamos si nos sucediera a nosotros. Y es que se pueden entender rápidamente los sentimientos de rechazo que produce la infidelidad, pero se necesita tiempo para comprender la estructura psicológica que explica su existencia. La tendencia a organizar triángulos amorosos y ser infieles tiene un origen neurótico.
El infiel ignora que permanece encadenado a deseos inconscientes que dominan sus afectos, obligándole a mantener lazos patológicos con los primeros objetos de amor. Se niega a aceptar la experiencia remota por la que fue separado de su madre al entrar en esa relación dual el padre. La fidelidad-infidelidad va siempre unida y de su equilibrio depende nuestro bienestar. El prototipo ideal de fidelidad inalcanzable es la relación que mantienen una madre y su hijo. La madre es fundamental para responder a todos los requerimientos del bebé. Cuida y ama a su hijo y no le abandona nunca.
La persona que engaña a otro no ejerce del todo su libertad. Lo que en realidad está ejerciendo es la neurosis que le habita. No hay infidelidad sin un tercero que quede perjudicado. A veces se es infiel contra alguien, en lugar de a favor del amante.