La liturgia del V domingo de cuaresma nos invita al encuentro del Dios que da la vida, aquel que de la muerte saca vida plena y sobreabundante. Puesto que el tiempo de cuaresma halla su pleno sentido a la luz del misterio pascual, conviene vivirlo desde la perspectiva de la vida, de la resurrección en Cristo. Toda nuestra vida debe ser un proyecto de conversión continua que nos vaya permitiendo configurar nuestra vida a la de Cristo, para ser en Él criaturas nuevas.
"Jesús es la resurrección y la vida"
En el evangelio nos encontramos ante el relato de la resurrección de Lázaro, hermano de Marta y María, en Betania. Este pasaje nos permite reflexionar sobre el sentido cristiano de la muerte física, como signo de limitación de la criatura; más aún, es un gran símbolo que une en sí muchas muertes del hombre: la muerte al pecado, al egoísmo, a la violencia. Sabemos bien que con la Pascua de Cristo el duelo entre la vida y la muerte llega a un desenlace. La muerte ha sido destruida, Jesús vence al mayor enemigo de la humanidad. En virtud de la muerte y resurrección de Jesús, prefiguradas en las de Lázaro, quien muere al pecado vuelve a encontrar la vida.
Como cristianos auténticos, debemos crecer cada día en la conciencia de nuestra vocación a la vida eterna y en el compromiso por la causa de la vida en nuestro mundo. El cristiano sabe que no debe despreciar la vida material; al contrario, debe defenderla en sí mismo, en los demás, en la creación, porque sabe que esta vida es el camino necesario que nos conduce al definitivo vivir en el Reino de Dios. De ahí se deriva el compromiso por la justicia y el empeño ecológico, la defensa de los derechos humanos y la promoción de la solidaridad y el bien común.