Las llamas danzaban de manera sincronizada formando un corazón de fuego, justo en medio de la "India Dormida". A lo lejos, observábamos cómo esta pintoresca montaña ardía en su vientre sin piedad. El fuego hacía libremente de las suyas esa despejada noche vallera...
Un espectáculo alucinante que se repite de extremo a extremo en el país. Encontrar lenguas de fuego devorando el monte a orillas de carreteras muy transitadas, o en sitios como el Valle de Antón, Cerro Punta o a las faldas del Volcán Barú, es más que una chispa perdida en el verano panameño.
Las malas costumbres agrícolas y criminales que practican quienes usan como solución un fósforo para limpiar o dañar un terreno, acaban por perjudicar a aquellos que desean admirar el magnífico paisaje de nuestra tierra. Respirar el aire limpio que ya no ofrece la ciudad y disfrutar de la tranquilidad, se pierde con las quemas.
Un voraz incendio destruye el esfuerzo de los que creen en que un planeta verde es más rentable.
El sentido de responsabilidad no existe en la conciencia de los piro maniáticos. En una llamarada cualquier buena acción hacia la madre naturaleza se convierte en humo y cenizas.
Nuestros ancestros concibieron el fuego como un regalo sagrado que debía preservarse para utilidad del ser humano.
Pero la nobleza de esta llama, se consume en la pira del sacrificio inútil cuando la misma se emplea para perjudicar a una nación. Prender a diestra y siniestra bosques, matorrales y selvas sólo por diversión, merece su buen castigo.
Establecer leyes que permitan a los ciudadanos entender que la naturaleza es pródiga, pero limitada sino se atiende correctamente. También, que estas legislaciones no se conviertan en "fogata de capullo" para conveniencia de las personas que les gusta jugar con fuego sin quemarse en la hoguera.