Existen algunos individuos que se apropian de la moral y la decencia como un bien exclusivamente personal y lanzan denuestos al aire, sin medir la longitud de sus escupitajos ni importarles sobre quién caigan sus espumarajos acusatorios.
Estos sujetos son gestados, con curiosa similitud, luego de períodos dictatoriales, sin importar el país ni la época, y nuestro país no se ha escapado de esta excéntrica y bulliciosa fauna.
Siendo específicos, luego de la caída de la dictadura militar en 1989, un puñado de estos parlanchines, se apropió de la virtud de señalar con su dedo acusador a cualquier persona; me imagino que sin mediar ningún tipo de proceso reflexivo ni escrutinio de las hojas de vida de quienes recibían los aldabonazos de su estruendosa acusación sin importarles el daño que pudieran proferir a sus reputaciones.
En nuestro país, se ha deformado el proceso de depuración cívica y algunos agentes gratuitos (o tal vez) de la crítica mordaz, se han dado a la tarea de encenegar con sus acusaciones el nombre que mejor les parezca, sin mediar remordimiento ni rectificaciones por el daño hecho.
Si bien es cierto, el periodo señalado provocó inéditas situaciones en nuestro devenir histórico, también lo es que se llevó a cabo una cacería de brujas implacable, que parece haber dejado la simiente cultivándose en algunas mentes inconsecuentes de influenciables ciudadanos.
Este proceso de recuperación de los valores morales de una nación aporreada por el desenfreno y el despilfarro durante más de dos décadas, debió ser un punto de reencuentro y no de deformación, de desarrollo y crecimiento y no de una insolente pretensión de virtud y honestidad a toda prueba como lo hacen estos falsos personeros de la decencia.
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