Al igual que una planta necesita del riego y de los fertilizantes oportunos para crecer y mantenerse siempre frondosa, la familia guarda un valor insustituible y necesita ser tonificada constantemente para que de ella brote la vida y no el odio, la división, el rencor, la infidelidad, los celos. Necesitamos volver al modelo de la familia de Nazaret y revitalizarnos desde ella.
LA FAMILIA DE NAZARET
Lucas, en el relato de hoy, nos traslada a un lugar sagrado: el Templo de Jerusalén. La escena narrada tiene como centro a Jesús, a María y a José, quienes, en cumplimiento de una prescripción de la ley, van al Templo a presentar a Jesús. Esta familia ofrece un par de tórtolas y no un cordero, señal de que son una familia humilde de Nazaret.
La presentación en el Templo no se queda en el simple cumplimiento de un precepto de ley, sino que se convierte en un medio de revelación divina: Simeón y Ana proclaman al Niño como cumplimiento de la promesa del Mesías.
Aun cuando sea Dios, Jesús sigue las leyes naturales del crecimiento humano, tanto en el plano físico como en el de la sabiduría y del conocimiento. Aun siendo Hijo de Dios, como lo es, acepta conocer progresivamente la orientación de su vida. Por tanto, la familia de Nazaret: Jesús, María y José, no es una familia anormal, todo lo contrario, es una familia humilde, como muchas otras familias de Galilea.
Dios se encarna y se manifiesta en la realidad de lo que somos. No nos exige lo que no podemos ser, ni nos desprecia por lo que somos.
Que en todas las familias panameñas reine el amor, la unidad y los valores morales.
