El juez Robert Cassin, de San José, California, tenía una difícil tarea que realizar. La señora Florine O'Shea había muerto a los ochenta y un años de edad, y lo había designado a él como su testamentario. Lo extraño del caso era que ella, en su testamento, había estipulado que se repartiera su herencia de 625 mil dólares dándole 62 dólares con 50 centavos a cada persona que por su propia iniciativa asistiera al funeral, y 625 dólares a cada persona que llorara sinceramente por ella. Y para lograrlo, ella había especificado que fuera él mismo, el juez Cassin, quien determinara, usando su propio criterio, quién lloraba con toda sinceridad y quién no. De modo que para la señora O'Shea, llorar la pérdida de alguien valía diez veces más que simplemente asistir a su funeral... con tal de que no fueran "lágrimas de cocodrilo".
�Qué difícil es distinguir entre lágrimas sinceras y lágrimas que no lo son! Lamentablemente, no son tan extraños los casos como el de la bella señorita a quien su patrón, un hombre rico y viejo, le lloraba todos los días para que le diera un beso. "Un besito nada más", le importunaba el hombre, llorando a lágrima viva. La pobre joven al fin cedió ante la insoportable presión, y el viejo se aprovechó de su crédula inocencia. Como resultado, la señorita quedó deshonrada y arruinada moralmente, mientras que el señorón quedó por seductor habilitado para ir a llorarle a otra joven en persecución de una nueva conquista.
�Cuántas mujeres engañadas no habrá que tienen por esposo a un embaucador a quien perdonan una y otra vez a causa de las lágrimas artificiosas que derrama, y que vuelve a cometer la misma traición al día siguiente! �Y qué de las lágrimas fáciles e impetuosas del borracho que lamenta que ha gastado en la cantina el salario de la semana y que ya no le queda un solo peso para comprar los comestibles para la casa? Son como las lágrimas del ladrón que va a parar en la cárcel y que, por temor al castigo, llora implorando perdón y promete no volver a robar más.
Todas las lágrimas, desde las lágrimas de sangre hasta las lágrimas de cocodrilo, tienen el mismo aspecto; pero no todas tienen el mismo efecto. Pues Caín y Judas lloraron, pero sus lágrimas no les valieron; en cambio, Pedro y María Magdalena lloraron, y sus lágrimas sí se les tuvieron en cuenta. �En que consistía la diferencia? En su sinceridad. Porque cuando nuestro arrepentimiento no es fingido sino genuino, y de corazón le pedimos a Dios perdón por nuestro pecado, implorándole clemencia, recibimos infinitamente más que 625 dólares: recibimos, además del perdón, la vida eterna.