IIIer. Domingo de Adviento Is 35, 1-6.10; Sal 145; St 5,7-10; Mt 11, 2-11
La Navidad que se acerca es motivo de gozo y salvación. Desde este domingo �Gaudete! (alegraos) se comienza a vivir la esperanza feliz y desbordante por la cercanía del Señor. Los cielos de Adviento llueven alegría y eliminan la tristeza.
Desde el comienzo de su predicación, cuando lo interrogaron los discípulos de Juan, el Maestro responde señalando los frutos de su venida: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
Hoy el Señor quiere que cambiemos, que pasemos de la sordera a la audición, de la ceguera a la luz, de la mudez a la palabra, de la tristeza a los cantos de alabanza.
Jesús no viene a aniquilar nuestra existencia humana, sino a perfeccionarla. Viene a enseñarnos cómo ser feliz en el matrimonio, cómo luchar para superar los conflictos familiares. Nos anima a cumplir fielmente nuestra vocación en la sociedad.
En Jesús no hay falsas promesas ni estafa electoral. Su paso no es campaña, sino liberación real. Su programa es oferta de vida; es respuesta de salud para los enfermos del alma y del cuerpo y acercamiento a los excluídos de la sociedad.
�Eres tú el que ha de venir? Hoy siguen desfilando ante nosotros muchos otros Mesías: se anuncian como progreso, deporte, técnica, cultura, arte, retorno a la naturaleza, nueva era. Es natural que nos deslumbren y nos atraigan. Cada uno de ellos posee un reflejo de Dios y es un sedante para nuestros dolores. Pero ninguno puede compararse con Jesús, el Dios hecho hombre. Son apenas humildes precursores que podrán afirmar como Juan Bautista: detrás de mí viene otro que puede más que yo.
En el espíritu del Adviento no cabe la ociosidad, ni el vicio, ni la mentira, ni el soborno, ni la injusticia. El Adviento es camino de esperanza, de rectitud interior, de verdad y de justicia. A.G. El Domingo -Ediciones San Pablo