La siguiente crónica del escritor cubano Luis Bernal Lumpuy es la tercera del diario de su viaje por tierra desde Costa Rica hasta los Estados Unidos en marzo del 2007:
"Salimos a las dos de la tarde de la estación de autobuses de Tapachula, en la frontera sur de México, con destino a Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas. A lo largo de la excelente autopista hay muchos poblados pintorescos.
"La angosta carretera va subiendo hacia las cumbres, y el motor del autobús se esfuerza por llevarlo lentamente, mientras abajo se contemplan los abismos profundos cubiertos de bosques. El paisaje impresionante de esa zona provoca en algunos admiración y en otros miedo.
"Ese panorama de la naturaleza virgen, de las cumbres y de los abismos, me ha llevado a considerar algo parecido en nuestra vida. Cuando, después de un largo esfuerzo, llegamos a la cúspide de nuestros éxitos y hazañas personales, es bueno que volvamos la mirada a los abismos insondables de nuestras debilidades y pasiones que pueden llevarnos al fracaso. Y es también importante que, al llegar al valle de la vida real en que nos relacionamos con nuestros semejantes, recordemos que no siempre vamos a estar en la cumbre, y las alturas no deben hacernos arrogantes.
"No debemos menospreciar a los más pobres ni envidiar a los más ricos. No debemos considerar como inferiores a los que saben menos ni adorar a los que saben más. Unos y otros pueden alcanzar las cumbres y despeñarse también por los abismos. Y sobre todo necesitamos en las cumbres pensar en quienes permanecen en el valle, y comprenderlos y amarlos a pesar de nuestras diferencias."
Bernal Lumpuy tiene razón, no sólo porque lo ha aprendido por experiencia, sino también porque la Palabra de Dios apoya ese punto de vista de principio a fin. Dios nunca ha tolerado la arrogancia. Una de las formas más eficaces de curarnos de ese mal es reconocer cuán insignificantes somos a la luz de la grandeza de Dios, tal como nos lo recuerda el Salmo 95:
Porque el SEÑOR es el gran Dios,
el gran Rey sobre todos los dioses.
En sus manos están los abismos de la tierra;
suyas son las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo;
con sus manos formó la tierra firme.
Vengan, postrémonos reverentes,
doblemos la rodilla
ante el SEÑOR nuestro Hacedor.