En algún momento, tenemos que dejar a un lado los libros de texto, los pizarrones y la filosofía para entrar en el terreno y poner en práctica lo que predicamos.
Cuando nos toca guiar a los demás en algo, cuando nos encontramos en la posición de líderes, tenemos que demostrar que somos capaces de hacer nosotros mismos lo que les pedimos a los demás. Solo dar órdenes y "achantarnos" en un sofá nos resta respeto rápidamente.
Por lo general, cuando llega un jefe nuevo a una empresa (sobre todo uno que no es muy conocido), los empleados más experimentados ponen en tela de duda sus capacidades.
Es por esto que no sólo hay que saber dar órdenes, sino demostrar que uno sabe trabajar, y enseñarle al resto cómo hacerlo bien.
Eso si realmente sabemos de lo que estamos hablando, porque en algunas ocasiones, nos encontramos con jefes que son muy buenos para la teoría, y muy buenos para exigir, pero se vuelven un "8" cuando les toca enfrentar problemas personalmente.
En una variante del caso, se trata de personas realmente calificadas, con experiencia y una envidiable hoja de vida, pero que cuando logran por primera vez una posición de jerarquía, se vuelven perezosos y dejan absolutamente todo a los subalternos.
Cuando caminan por los pasillos de la empresa, y alguien pregunta por ahí "�ese señor que hace?", muy pocos pueden dar una respuesta. Fuera de darles órdenes a los demás, sus labores resultan un enigma.
Los buenos jefes dan el ejemplo, y constantemente guían a sus subalternos, dándoles herramientas para hacer mejor su trabajo, y ayudándolos directamente para desarrollar sus habilidades.
Es precisamente el jefe el encargado de cómo enseñarle el camino a los empleados.
