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"He terminado la carrera"

Por: Hermano Pablo | Reverendo

El Tour de Francia 2005, en su edición 92, no sólo tuvo un campeón galardonado por séptima vez consecutiva después de la última etapa en París, sino también varios ciclistas premiados en las etapas preliminares que tuvieron que abandonar la carrera habiendo recorrido algunos menos y otros un poco más de la mitad de la vuelta.

El primer ganador de una etapa que tuvo que abandonar fue David Zabriskie, estadounidense del equipo CSC. Zabriskie ganó la primera etapa contrarreloj individual, y se mantuvo en la primera posición en la clasificación general hasta la cuarta etapa, también contrarreloj, pero por equipos. A sólo mil doscientos metros de la meta, el estadounidense tuvo la mala suerte de caerse. Fue así como perdió el primer lugar, y sufrió heridas en las piernas y en los brazos que posteriormente, en la novena etapa, lo obligarían a abandonar la carrera.

Por último, Alejandro Valverde, el ciclista español en el que muchos hispanos habían cifrado sus esperanzas a pesar de que corría en su primer Tour, tuvo que abandonar en la decimotercera etapa, sólo tres días después de haberse adjudicado su primera victoria. En esa décima etapa le había ganado de modo impresionante al entonces seis veces campeón Lance Armstrong en los últimos metros del ascenso a la montaña.

Estos cuatro destacados ciclistas profesionales tienen en común que comenzaron bien la carrera y, ya sea por mala suerte o por desgaste de reservas físicas, la terminaron antes de tiempo. Lo único que les quedó fue la esperanza de volver a hacer el intento de completar la carrera el año siguiente.

A diferencia de Zabriskie, Voigt, Boonen y Valverde en el Tour de Francia 2005, ninguno de los que corremos en el Tour de la Vida puede abandonar ese recorrido que hace por las carreteras planas y montañosas de la existencia humana y al mismo tiempo poner las esperanzas en una carrera futura, ya que hay una sola carrera. San Pablo estaba tan consciente de esta verdad que dijo que, a pesar de saber que le esperaban sufrimientos, lo que contaba no era su propia vida sino terminar la carrera y llevar a cabo la tarea que Cristo le había encomendado. Por eso, al final de su vida, después de haber soportado un sinnúmero de contratiempos, pudo decir triunfante: "He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás, me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día".

Corramos con esa determinación, inspirados por las palabras del gran apóstol, de modo que podamos algún día andar en calles de oro, vestidos de blanco, en caravana triunfal con el pelotón de corredores que han de recibir esa misma corona de justicia, la corona de la vida que les promete Cristo a todos los que le sean fieles hasta la muerte.



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