HOJA SUELTA
Colón de mis amores

Por Eduardo Soto

En Colón perdí la virginidad... intelectual, afectiva y espiritual. Cada verano desde que cumplí ocho años, y hasta bien avanza la adolescencia, recorrí en bicicleta esas oscuras calles, barnizadas algunas con aguas negras, llenas de gente pobre en un lado de la ciudad, y adinerada en el otro extremo. Algunas de esas personas intentaron enseñarme, a golpes y con mucho sacrificio de mi parte, que no existe Santa Claus, que la amistad sincera e incondicional puede ser un mito, que los hombres no son quienes conquistan, sino las mujeres son las que se dejan conquistar, y que tú vales por el dinero que llevas en el bolsillo (no importa cómo lo obtengas), o por lo bravo que seas peleando en la calle, y por nada más.

Otros me enseñaron que no hay nada como una mano amiga cuando se está solo y se tiene miedo.

Yo aprendí lo que pude, y fui dejando la crisálida de la infancia en las playas, las canchas de los multifamiliares, los callejones donde se fumaba marihuana, y los apartamentos de "mis novias", durante aquellas memorables primeras fiestas donde por primera vez bebí licor y bailé música afro como la de Nueva York.

Se preguntarán porque tanta añoranza por una provincia que vive en estado de coma hace tanto tiempo.

Lo explico: esta semana estuve sentado a la mesa con Carlos Rivas Grimaldo, Subgerente de la Zona Libre y presidente del patronato de la Feria de Colón (19-28 de marzo). También estuvo la reina del evento, una colonensita canela y con gran personalidad de nombre Yazareth. Vinieron a la redacción de Crítica para contarme que la Feria está lista, y que habrá espectáculos juveniles, juegos mecánicos, exposición de bancos y empresas de bienes raíces, presentación y venta de productos artesanales y agropecuarios...

... Mientras hablaban empecé a recordar esos veranos de la mano de Chely (¡me enseñó tantas cosas deliciosas!); las tardes de tenis, los paseos por Santa Isabel, Meléndez, Bolívar, la Central; la vez que tuve que quitarme la camisa por donde me tenía atrapado un vendedor de carne en palito, a quien le tumbé por accidente el fogón, y recorrí media ciudad cuasi desnudo de vuelta a casa; los perros del Hotel Washington que me mordieron un pie, por lo que me pusieron 5 inyecciones contra la hidrofobia; la vida... recordé esa vida que se me fue y me ha quedado como un punto en la memoria, el punto exacto en el que dejé de ser niño, y empecé a ser otra cosa a la que todavía no me acostumbro.

Sí... pensé en Colón y prometí escribir sobre la tierra más pasional que conozco, a la que le deseo toda la suerte del mundo durante esta feria que, sé muy bien, va a ser todo un éxito.

 

 

 

 

 

 


 

AYER GRAFICO
Blas Campos, meritorio obrero, condecorado en la Feria de Azuero


CREO SER UN BUEN CIUDADANO
Sin embargo, no vigilo a mis hijos en la escuela


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