Yo vi un fenómeno
Eghert Lewis
Especial para Crítica Libre
Son las 5:30 de una mañana
cualquiera, de cualquier semana. Para llegar a la clínica del Seguro
Social, en Calle 17, es preciso moverse a esa hora si se viene desde Juan
Díaz y se quiere evitar el embotellamiento para llegar temprano y
obtener una cita.
Con eso de los tres paños hacia abajo no fue difícil
llegar a las 6:00 y observar en el camino cómo un fenómeno
se hacía dueño de la ciudad.
Encontrar estacionamiento no fue cosa difícil, ya que el grueso
de la gente, que supongo viaja en bus, no había llegado todavía
a la ciudad.
En la entrada de la clínica hay un puesto donde se ofertan los
periódicos. Dos señoras y un niño uniformado piden
su respectiva Crítica; ni siquiera miran los otros periódicos.
Al entrar al elevador, que iba relativamente vacío, lo cual me hizo
pensar que éramos los primeros en llegar, la diligente operaria nos
preguntó a qué piso íbamos. Tenía su Crítica
doblada y bajo el hombro.
Luego de un par de "paradas", finalmente llegamos al octavo
piso, donde se prestan los servicios de odontología. Mi presunción
inicial de que había llegado temprano se desvaneció. No menos
de 70 personas me habían robado la partida.
La fila era tan larga que daba hasta el piso inferior. Un cholito, bien
atento y con su Crítica en la mano, me indica donde está el
final de la fila. Allí me encuentro con otro señor, quien
tenía los ojos hundidos en la contraportada de Crítica, y
me comentó con cierto grado de molestia: "Así que van
a pagar el décimo el lunes a la gente de gobierno, pero eso no es
justo, también debieran dárselo a la empresa privada",
reclamó.
Para esa hora habían ya unas 33 personas detrás de mí,
ya no era el último en la fila.
De repente sube un hombre desde el séptimo piso con unas llaves
en la mano. En el bolsillo izquierdo de atrás llevaba un radio teléfono
y en el derecho su Crítica. El hombre abrió la puerta que
da acceso a las ventanillas donde se piden las citas y de repente no valió
de nada la fila, todo el mundo entró como pudo y se cumplió
aquel refrán según el cual, "los últimos serán
los primeros".
Finalmente conseguí la cita para hacerme una radiografía
de la dentadura, aunque primero tuve que templarme, ya que la dependiente
me insinuó que únicamente se iban a atender a tres personas
y si quería tendría que volver al día siguiente para
ver si me tocaba la suerte de ser como de los tres escogidos.
Al oír esa barbaridad me dije: "Esta señora ta´
loca si piensa que yo voy a madrugar de nuevo". Felizmente varios se
sumaron a la protesta y nos dio a todos la cita. Eran las 6:30.
Como sabía que las atenciones comenzarían después
de las 7:00, me embarqué en el elevador para salir a tomar un café.
Había más movimiento de gente y la operaria todavía
tenía su Crítica doblada. No le habían dado chance
de leer.
El aparato estaba algo sobrecargado: once personas y cuatro Críticas.
En la planta baja había otro "molote" de gente esperando.
Yo salí, con las diez personas y las cuatro Críticas y simultáneamente
un número similar iba hacia arriba; tres tenían su Crítica
en mano.
Justamente al frente divisé un cafetín. Antes de cruzar
miré hacia ambos lados: a la derecha venían dos diablos rojos
y un taxista apurados, mientras que a la izquierda vi al periodiquero de
refilón. El bulto de Crítica estaba debajo de la mitad y los
otros periódicos estaban allí, todavía envueltos como
si fueran regalos.
En la primera mesa del cafetín, justo en la entrada, había
una joven sentada. No estaba comiendo ni bebiendo nada, creo que estaba
limpia, pero tenía su Crítica abierta sobre la mesa, de par
en par.
Me senté sobre la barra, de esas que son muy comunes en los
cafés de la Central y Santa Ana. La cajera llevaba la contabilidad
con celo y tenía su Crítica doblada a su costado. Tenía
cara de ansiedad. Pienso que estaba rogando que bajara la clientela para
poder devorar su Crítica.
Pedí mi respectivo café y un derretido. Estoy en austeridad
ya que la quincena está lejos.
En una esquina, en el mismo fondo de cafetín, hay cuatro damas.
Tres de ellas conversan entretenidamente, mientras que una cuarta ni les
presta atención; elemental, estaba leyendo su Crítica.
El caballero que inicialmente me comentó lo del Décimo
Tercer Mes, pensó igual que yo y también bajó por su
café, pero con su Crítica pega.
Crucé la calle nuevamente y me dispuse a volver al octavo piso.
Había mucho más gente. Entre empujones entré al elevador
y de casualidad quedé justo a lado de la doña que opera ese
aparato. Pobrecita, no le habían dado chance, todavía tenía
su Crítica doblada.
A las 7:15 llegué al octavo piso nuevamente. Todo estaba igual,
bastante gente, pero más Crítica.
Un jubilado lee un panfleto de una financiera que intenta engatusarlo
prometiéndole el cielo y la tierra. Dobla el panfleto, lo introduce
en el bolsillo de su parabrisas y abre su Crítica. De momento quedó
abstraído de todo lo que sucedía a su alrededor, se ve que
ese hombre "cree en Crítica".
Un buhonero rompe el silencio: "Veinticuatro pilotos a un dólar",
grita. El jubilado ni se inmuta, no recibe ni transmite, estaba en una relación
muy personal con algo que le gusta: su Crítica.
Sin darme cuenta transcurrió una hora. Bajaba y subía el
elevador y pasaban Crítica por aquí y Crítica por allá.
En el extremo opuesto al que me encontraba sentado yo, un joven con
cara de amargado por las dos horas que teníamos de estar allí,
leía las últimas del béisbol en Crítica. Al
frente mío y diagonal al chico amargado, una doña, bastante
obesa, miraba insistentemente hacia la ubicación del muchacho. Quería
algo, pero no se atrevía.
"Cuatro baterías a un dólar", entonó un
nuevo vendedor ambulante.
La doña aprovechó la distracción del auditorio y
se dirigió al chico gentilmente: "Me prestas el periódico".
La idea no gustó mucho al parecer, pero habla de ser caballero y,
después de todo, una Crítica no se le niega a nadie.
De pronto otro caballero irrumpió en la sala. Se identificó
como miembro de la "Fundación Remar Panamá" y dijo
tener permiso de la administración para dirigirse a los presentes.
Habló, sin captar la atención de muchos, y después
pidió una cooperación económica a cambio de una calcomanía.
Casi nadie se metió las manos en el bolsillo. Yo le di dos reales,
no es que sea duro, recuerden que la quincena está lejos.
A las 9:00 oí gritar mi nombre. ¡Amén, por fin me
iban a atender!
Unos 35 minutos después salí del consultorio, miré
velozmente y estaban allí todavía el jubilado, el chico molesto,
la señora obesa y las dos Críticas.
Llegó el elevador, me monté más rápido que
ligero y volví a la operaria. Creo que a esa altura ya había
logrado al menos ojear la portada ya que le comentó a una enfermera
que si había visto la noticia sobre el aborto de Mónica Lewinsky.
Llegué a la planta baja. La Críticas del periodiquero se
habían terminado y estaba batallando para salir de los otros periódicos.
Al llegar al "parqueadero", donde dejé mi auto, el administrador
me sacó la cuenta desde las 6:00 de la mañana hasta las 9:30
y me dijo que eran "dos palos".
De inmediato le cancelé y cuando iba a abordar el vehículo
me detuvo y preguntó: "Tu no eres el que salía en la
televisión antes y que escribes de hípica en El Panamá
América".
Me sentí "pechón" y respondí afirmativamente
a su pregunta. Arranqué el carro, puse la primera y de momento mi
mirada se distrajo hacia su pupitre y ¿adivinen qué estaba
leyendo? Claro ¡Una Crítica!
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