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Sin embargo, reniego de mis raíces

Redacción | Crítica en Línea

Si echamos una mirada a nuestro árbol genealógico, en algún momentos encontraremos que entre nuestros antepasados hubo indios, negros, esclavos, rubios, chinos, gente pobre y hasta tatarabuelos de los que hoy en día llamamos "enemigos".

Pero en nuestra sociedad panameña, en la que a todos nos gusta vivir de las apariencias, el hecho de tener familiares de una raza diferente, o que no vivieron en la opulencia, parece ser algo molesto para algunos, algo a lo que hay que echarle tierra y dejarlo en el olvido.

Y achurran la cara al pensar en ello, como si hubiese deshonra en el hecho de que nuestros antepasados vivieron en casitas miserables hace 50 años, o en una choza hace 100, o encadenados por sus amos hace 150.

O como si fuese algo vergonzoso que hombres y mujeres que llevaron con orgullo nuestros apellidos, se fajaran trabajando la tierra para subsistir, comiéndose un cable para construir una mejor vida para sus hijos y los hijos de sus hijos.

Incluso en la familia de mayor alcurnia hubo alguna vez un esclavo, y la más humilde tuvo a un príncipe entre sus antepasados.

El mismo Adolf Hitler intentó ocultar versiones de que algo de sangre judía corría por sus venas, cosa que nunca llegó a comprobarse. Aún así, sólo la posibilidad de que esto fuese verdad y sirviera de arma para sus enemigos políticos, lo impulsó a esconder sus orígenes de las masas.

En Panamá, como siempre hemos oído que vivimos en un "crisol de razas", cremos que aquí no hay racismo. Pero sí lo hay. Y hay sexismo, y clasismo también. No tan abierto ni violento como en Estados Unidos a mediados del siglo XX, ni como en la Sudáfrica de finales de ese mismo siglo, ni como en algunas naciones islámicas radicales de hoy en día. Es una discriminación más sutil, más "enmascarada".

Estos sentimientos negativos contra quienes percibimos como "difernetes" a nosotros, impulsan a muchos panameños a evitar el contacto con familiares que son de otras razas, o que viven en situación económica más precaria que la nuestra, o en zonas que consideramos de "baja categoría". Ojo, que los que estamos bajando de categoría somos nosotros, cuando le damos la espalda a nuestra propia sangre. Porque la sangre azul no existe, todos la tenemos roja debajo de nuestra piel.

Afortunadamente, cada vez podemos apreciar más matrimonios interraciales, y de personas de diferentes religiones y nacionalidades. Esto pone cada vez más ridículo a los discriminadores y a aquellos que sienten que tienen familiares "indeseables".



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