La muerte de uno de los mayores jefes del narcotráfico del mundo -el mexicano Arturo Beltrán Leyva- fue una de las noticias que hizo mayor cantidad de titulares la semana pasada.
Sin embargo, todas las informaciones y análisis sobre el fin del hombre apodado ''El Barbas" y ''El jefe de jefes", estaban cargadas de pesimismo sobre el efecto que pueda tener en la lucha contra el crimen organizado. La experiencia en este sentido lleva a cualquier observador sensato a concluir que "alguien tomará su lugar".
En Panamá la situación no está tan grave como en México. En ese país, se calcula que más de medio millón de personas se dedican al narcotráfico. Ciudades enteras deben ser custodiadas por el ejército, ya que la policía está demasiado corrompida o está en franca desventaja de fuerza con los principales carteles. Los jefes de policía son asesinados con regularidad, y se dan centenares de ejecucciones al año.
Pero eso no es motivo de alivio para nosotros. Este año ha sido el peor en cuanto a las muertes relacionadas al narcotráfico, el crimen organizado y las pandillas. Van más de 80 ejecuciones en 2009, muy por encima de la cifra de años anteriores, y en los quedan 10 días que le quedan al año puede subir la cifra aun más. Hace tan solo 5 años atrás, no vivíamos en la inseguridad de hoy en día.
El combate al narcotráfico internacional ha alcanzado un estancamiento desde hace ya muchos años. Tanto Panamá como México, Colombia y el resto de los países más golpeados por este flagelo han adoptado una postura de combatir el fuego contra el fuego. Quieren apagar un incendio lanzándole gasolina.
El narcotráfico se alimenta de la corrupción preexistente en nuestras instituciones. Adecentar y fortalecer las instituciones, apresar a los corruptos de hoy y ayer, y respetar la ley es la única vía para detener el delito. Tomando en cuenta las actuaciones de los últimos gobiernos, y las más recientes de este, no estamos seguros de si comprenderán el mensaje.