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Recuerdos

Milciades Ortíz | Catedrático

Ahora los niños se dan cuenta que se acerca la Navidad por los anuncios que aparecen en la televisión y los periódicos. Añada a esto los almacenes mostrando los artículos navideños. Una joven era distinta. Para ella la Navidad se acercaba cuando comenzaba a circular un aire fresco. Las tardes se ponían más "bonitas" y el viento traía el olor a pino de los árboles navideños de los vecinos.

Yo me daba cuenta que estaba próxima las navidades, cuando veía a los vecinos antillanos sacar linóleos y muebles viejos a la calle para botarlos.

En la casa paterna de calle Primera Parque Lefebre se hacía el tradicional Nacimiento y el árbol, con mucho "pelo de ángel" para imitar la nieve.

Algunos vecinos como los Young-Winter hacían dulces de frutas y nos regalaban uno. Habían estado seis meses guardando frutas en licor para darle buen sabor al dulce.

De parte nuestra, mi madre hacía un ron ponche con poco licor para que "no pensaran mal de ella". Sus hijos la ayudaban con lo que ahora se conoce como "artesanía alimenticia".

Algunos niños aprovechaban la fecha para hacer maldades.

Mi hermano Orlando y yo practicábamos tiro al blanco con un rifle de balín. Demostrábamos la puntería tirándole a los angelitos que colocaban los vecinos en la "curumbita" del árbol de navidad.

Era un blanco difícil, debo confesar. Más fácil resultaba darle a las bolas del árbol, que estallaban en pedazos al tocarlas el balín.

A veces el proyectil le pegaba a un foquito...¡y se apagaba todo el árbol!

Alguien gritaba molesto por la travesura que hacíamos y que nos ponía orgullosos de nuestra puntería.

A veces "saboteábamos" los Nacimientos de los vecinos. Al visitarlos, en un descuido de ellos cambiábamos las figuras del Niño Dios o la escondíamos.

Eran maldades infantiles, pero estoy seguro que a más de uno no les hacían ninguna gracia.

En el Año Nuevo se volteaban tinacos, aunque se sabía que estaba prohibido.

Tocábamos el timbre en las casas que lo tenían. Nos ocultábamos para ver el disgusto del vecino al abrir la puerta y no encontrar a nadie.

Una vez la amarramos una lata en la cola a un gato. El "mico" corrió como loco por las calles. Claro que nuestros padres no sabían de estas maldades, sino nos hubieran dado una buena "cuera".



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