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Muchos nunca supieron su nombre

Hermano Pablo | Reverendo

«Lencho Patasplanas, mítico personaje , es un vaquero de esos de los viejos tiempos de Oriente, cuando ese desierto de Guatemala fue poblado por españoles.

»Lencho es un cuentacuentos... Una vez , su pueblo natal, la polvorienta comunidad de Ipala, organizó uno de los velorios más comentados de la región. Por esos días se había instalado en las afueras uno de esos circos itinerantes que suelen rondar por todas las provincias del país. Durante varios días, la desgastada carpa del circo se llenó; los niños acompañados de sus madres, buscando el asombro que sólo un circo puede provocar; los hombres, de bota y sombrero, admirando de reojo las maniobras de las acróbatas.... Todos se encariñaron con el enano del circo, un hombre maduro que, como ellos, se burlaba de su propia condición.

»Un día el enano murió. Los integrantes del circo y los habitantes del pueblo... buscaron dónde sepultarlo. Los pobladores trabajaron en los preparativos del velorio. También se contrató a las plañideras, de las que cobran cinco por llorar, diez por gritar descorazonadas, veinte por sufrir un ataque de histeria.

»El pueblo entero asistió al velorio y a la posterior sepultura del enano . Muchos nunca supieron su nombre, pero todos lo lloraron.»

En este tiernpo el relato de la bellamente ilustrada obra titulada "Guatemala inédita", el periodista de origen guatemalteco Harris Whitbeck presenta una gran ironía con relación al enano del circo: que aunque «muchos nunca supieron su nombre... todos lo lloraron». Pero hay otra gran ironía afín que vale la pena tener en cuenta: que el Dios Altísimo, se compadece de toda su creación mucho más de lo que ella se compadece de sí misma. Tanto es así que, a diferencia de los habitantes de Ipala y, al parecer, del solidario cuenta-cuentos Patasplanas, Dios no sólo conocía el nombre de aquel querido enano, sino que conocía hasta el número de los cabellos que tenía en la cabeza. De modo que no es de extrañarse que, al igual que ellos, Dios lo llorara, así como lloró Jesucristo ante el sepulcro de su querido amigo Lázaro.




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