Durante semanas, he pensado con afán en el Día del Maestro. Esto a causa de varias notas negativas en las que los protagonistas han sido los educadores. Por diversos motivos, ellos fueron el centro de atención, sujetos de debates personales y de la opinión pública.
Hablar de los maestros origina conflictos porque el tema gira alrededor de su comportamiento. En otros tiempos, la charla tenía que ver sobre sus cualidades educativas. Un maestro era el digno ejemplo de un buen servidor de la patria.
No había duda acerca de su trabajo a favor de la niñez. Una dedicación intachable por guiar hacia la luz a las jóvenes mentes.
Y no es que hoy falte este tipo de educadores, por suerte todavía existen personas que aman enseñar. El problema parece estar en qué esperan lograr con la profesión. Cómo conciliar el antes y después de la imagen que la sociedad tiene del maestro.
La persona sacrificada, que toleraba horas a sus alumnos, cuya paciencia era casi de santo; que ejercía con rigor, ganando el reconocimiento social, ya no es la misma. Ahora espera mejor salario y condiciones laborales para tener una calidad de vida dentro de esa comunidad que observa con lupa sus orientaciones escolares.
Tampoco los padres son los mismos por lo que quizás el amor por la enseñanza se ha esfumado. Más cuando muchos estudiantes no valoran el conocimiento como el camino a la superación.
La verdad es que hay que "hilar delgado" en esta materia porque señalar culpables sería de nunca acabar. Pienso que entrar en este dilema no sería positivo para un asunto delicado como es la educación de un país.
Creo que, no debemos dejar de reconocer a los maestros que viven su vocación con afecto. Son el vivo ejemplo de consagración, ya que su pensamiento está centrado en "hacer mejores panameños"... pidiendo a Dios, ilumine al cuerpo docente de la nación a fortalecer con el cumplimiento de su deber, el legado de insignes maestros.